Al acercarse las fiestas de fin de año, nos da por llevar a cabo un recuento de los acontecimientos.
Los pesimistas solo ven lo mal que lo han pasado, hacen tragedias, reniegan de todo y por todo, con tan mala actitud la vida se les complica.
Los optimistas con mejor actitud hasta toman a broma los malos momentos, se preparan para celebrar con su familia y amigos, decoran su casa en espera de la Navidad y el Año Nuevo.
Es un hecho, acumulamos una serie de conceptos, creencias y supuestos que son útiles para comprender la vida diaria. Las creencias y el modo de vida lo aprendemos en la familia, la educación, en el entorno social y cultural, incluso son parte del inconsciente colectivo.
Los pensantes se sienten atrapados con los prejuicios que les han compartido, sin darse cuenta los han convertido en hábitos.
Muchas personas son rígidas, defienden sus ideas y se molestan con los que opinan lo contrario.
La salud mental es medible por la flexibilidad, la adaptación. La enfermedad es la congelación de los patrones que les han transmitido en los que impera la crítica, la culpa, el pecado y el castigo.
Las personas con buena actitud aprenden a través de la experiencia, son tolerantes, se adaptan a los cambios y son capaces de modificar sus ideas y comportamiento.
Un ejemplo de creencia absurda que recordarán sus abuelos es que era muy mal visto ser zurdo. Llegué a escuchar que ser zurdo era del diablo, lo que ocasionaban con ese prejuicio era que muchos tuvieron que adaptarse al mundo de los diestros. Los castigos eran severos, incluso les amarraban la mano izquierda.
Hasta que se dio el boom de las comunicaciones, nos enteramos de que los zurdos tienen más desarrollado el hemisferio derecho y suelen ser más creativos.
Muchos están en la búsqueda de entender a otros, los hombres a las mujeres y ellas a los hombres, también a sí mismos.
En la psicoterapia tratamos de ver el concepto que la persona tiene de su propio Yo. Es importante que el Yo este fortalecido, es parte de su autoestima, no siempre es narcisismo quererse a sí mismo.
En el Budismo y en la filosofía Zen no es importante el Yo individual, importa más lo colectivo.
El verdadero Yo es la fuente de la transformación, la plenitud del Yo es la motivación principal, es la raíz de nuestro comportamiento.
Como mencionó el filósofo Lin-Chi: “Hombres ciegos, os poneis una cabeza encima de la que ya tienes. Siguen buscando fuera, el dharma está dentro”.
Posterior a la pandemia, sentimos lo frágiles que somos, algunos quieren vivir intensamente el presente, lo hacen mediante el consumismo.
¿Quieres sentirte pleno? dedica tiempo y descubre tus habilidades, algo que te apasione, el arte, un deporte, la jardinería. Apoya a una organización altruista, una Fundación de ayuda a los que menos tienen. Puedes hacer algo por alguna necesidad en tu colonia, en un barrio con necesidades, por el cuidado del planeta. Las obras de beneficencia ayudan a corregir los desequilibrios y sirven para llenar los vacíos.
Recuerdo una paciente que en la segunda consulta me dijo: “ya me di cuenta…no tengo depresión, tengo aburrición”.
A los occidentales que no tenemos la costumbre de la meditación nos cuesta trabajo estar en silencio y conocernos. En estas fechas dedica unos momentos para estar contigo, con la práctica te darás cuenta de que encuentras la paz interior.
La ceremonia del té que practican en oriente es recomendable para ponerse en contacto con el Yo interior.
Elige un lugar tranquilo, adorna con unas flores naturales, una foto de un familiar ya fallecido, un cuadro o mirando a un jardín, puedes quemar incienso y escuchar música para meditar. Prepara una jarra con agua caliente, agrega el té de tu preferencia, siéntate en el suelo, respira profundo, da un trago al té, escucha tu respiración, que siente tu cuerpo, que hueles, que escuchas.
Después de meditar, escribe, unas palabras, un poema, un agradecimiento, algo que consideres significativo, lo que venga a tu mente. El más bello de los conocimientos es el conocimiento de nosotros mismos, con la práctica logras la paz interior.
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