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Por: Luis Guillermo Hernández

@luisghernan

Con mi solidaridad absoluta -que también es una forma de la rabia- para todos y todas mis colegas de la tropa, de… la perrada.

Nada hay en su mirada, en su rostro, en el quiebre de su voz, que no me remita de inmediato a un pequeño cachorro desvalido: “¿y si te paso mi currículum para que se lo des…? A lo mejor hay algún chance… no sé… en redacción, en edición… en lo que sea”.

Estamos terminando la comida, y los temas de la charla entre ambos han sido variaciones sobre un mismo tema: después de dieciocho, veinte años como reportero de un periódico que luego fue revista, portal digital, estación de radio y canal de televisión, una mañana sin quincena la administradora de la estación le llamó a su oficina:

-…la empresa tomó la decisión de ofrecerte una ventajosa liquidación inmediata… que sólo es válida si aceptas en este momento.

Apenas nada: poco más de treinta por ciento de la cantidad correspondiente a casi dos décadas de servicios profesionales como reportero multiplataforma, pago íntegro de aguinaldo, la quincena corriente… y la posibilidad de regresar “cuando las cosas estén mejor” o la amenaza de quedar boletinado como conflictivo si intenta demandar.

-¿Y aceptaste?- le pregunto al hombre que está frente a mi: camisa a cuadros, lentes de armazón metálico, sus cuarentas anunciando retirada, una calvicie incipiente, los surcos abriéndose de a poco en la frente y en los ojos. ¿Y aceptaste?

Estamos en el típico restaurante uruguayo de la colonia Roma, cerca de donde tengo mi oficina. Hay bullicio de jueves. Cuando la chica nos trae un digestivo, quizá jamás tan necesario como ahora, la forma en que mi amigo asiente parece desacomodar todas las cosas de su sitio:

-Tengo cuarenta y siete, güey… no voy a hacer otra cosa… ¿qué iba a hacer?

No hay mucho más qué explicar. Mi amigo y yo comenzamos en el periodismo hacia el final de los años 90. Coincidimos en las fuentes políticas y crecimos, cada cual a su manera, dentro de los estrechos márgenes de crecimiento que el periodismo mexicano decidió imponer a los integrantes de su base piramidal:

El mismo sector durante muchos años, la misma información reciclada con distintos nombres, el mismo género periodístico que no es mucho más que la entrevista colectiva y el boletín, la misma dinámica reporteril cada día: agenda diaria a las ocho, trabajo en la sala de prensa de la fuente durante la mañana, el adelanto informativo hacia las dos de la tarde, los flashes informativos para radio, portal y tele a lo largo del día, los boletines y versiones estenográficas cerca de las seis, las notas listas para el impreso antes de las diez.

No hay mucho más por explicar: una vida periodística de escritura bajo un único cielo informativo: el funcionario, la artista, la estrella, el deportista, el político, el delincuente, la empresaria dijo, señaló, precisó, acotó, argumentó, sentenció, comentó, aseveró…

Un mismo horizonte chato. La misma mirada gris. Entre más obediente, más idóneo el periodista. Entre menos crítico, más de confianza para la mayoría de los medios tradicionales. Entre más mecánico, mejor el trabajo periodístico. Y sólo unas cuántas y simbólicas excepciones a esa regla.

-Y todo por ese pinche Peje- dice mi amigo a manera de explicación.

Pero no es del todo preciso. Si el infierno se abre en este sexenio que prepara una agresiva reasignación de los recursos publicitarios, el purgatorio tiene décadas fraguándose a golpe de sumisión y mediocridad: buena parte de los medios crece al amparo del dinero público. Nada más.

Y no es un universo menor. En agosto de 2018, Rogelio Hernández López cita a investigadores diversos para explicar que en México hay -había el año pasado- 188 mil personas dedicadas a las tareas del periodismo y la comunicación en medios: reporteros, redactores, editores, fotógrafos, camarógrafos, ayudantes, opinadores, publicistas, intermediarios, distribuidores, colaboradores, directivos.

Pero de ese universo, según datos del Observatorio Laboral de la Secretaría del Trabajo, que recupera el mismo Hernández López, unas 31 mil personas están directamente empleadas como reporteras o redactoras.

Y hoy esa gente es la víctima principal del cataclismo.

Mi amigo y yo hacemos cuentas: entre agosto de 2018 y mayo de 2019, por lo menos un millar y medio de trabajadores de los medios han sido despedidos de sus redacciones, sólo en la ciudad de México.

Y en casi todos los casos, salvo muy honorables excepciones, en condiciones de oprobio: liquidaciones incompletas, pagos fragmentados, amenaza, abuso, vejaciones varias, el rejuego perverso dentro de las redacciones para echar a pelear a varios por un puesto, el “salvarse de la guillotina” concediendo favores económicos, sexuales o de cualquiera otra índole, el acoso, la incertidumbre, el correr de los rumores para sacrificar al más débil.

El medio periodístico devorándose a sí mismo, en una historia repetida con distintos números… que suman el recuento de una charla de jueves frente a dos Limoncello on the rocks:

Despido de más de doscientos cincuenta trabajadores en Excélsior, Huffpost México y Grupo Imagen, un diario-empresa multimedia que creció artificialmente mientras su dueño, Olegario Vázquez, se mantuvo al servicio del dinero que le otorgaban Vicente Fox y Martha Sahagún, que jamás le regateó Felipe Calderón, que siempre le concedió Enrique Peña Nieto.

Más de ciento cincuenta trabajadores despedidos de Milenio, un diario-empresa multimedia que creció artificialmente mientras su dueño, Francisco González, se mantuvo al servicio del dinero que le otorgaban Vicente Fox y Martha Sahagún, que jamás le regateó Felipe Calderón, que siempre le concedió Enrique Peña Nieto.

Más de cien trabajadores despedidos de El Financiero, un diario-empresa multimedia que creció artificialmente mientras su dueño, Manuel Arroyo, mantuvo la línea editorial del consorcio abiertamente proclive al gobierno de Peña Nieto y sus intereses diversos como empresario con negocios extraperiodísticos.

Más de doscientos trabajadores fuera de Efekto tv y Grupo Mac Multimedia, un diario-empresa multiplataforma que creció artificialmente mientras sus dueños, los hermanos Anuar José y Luis Ernesto Maccise Uribe, se mantuvieron al servicio del dinero que les otorgó Peña Nieto, bajo cuyo sexenio crecieron y se expandieron hasta adquirir los canales de cable Efekto Televisión, y Green TV, los diarios Reporte Índigo, Estadio, The News y Capital México, la estación Radio Capital, las revistas Cambio y Capital Mujer,al tiempo que firmaban un jugoso convenio de colaboración con El País, el buque insignia del monstruo español Grupo Prisa.

Más de cien periodistas, locutores, animadores, artistas y personal técnico, que el Grupo Radio Centro lanzó a la calle tras cancelar las emisiones de La Red, en el 1110 de la Amplitud Modulada.

Cuando menos trescientos trabajadores del periodismo y la comunicación despedidos de las diferentes empresas del corporativo Televisa,el mayor receptor de recursos por publicidad gubernamental en el país durante los últimos cuatro sexenios, que ahora se deshizo masivamente de buena parte de su personal periodístico en Televisa Deportes, Noticieros Televisa, Editorial Televisa, ForoTV.

Más de cien trabajadores de las diferentes áreas del corporativo Televisión Azteca, el segundo mayor receptor de publicidad gubernamental en el país, que ahora se despide masivamente personal de Azteca Noticias, Azteca América, ADN 40, Revista Vértigo.

Más de doscientos despidos, suspensiones de contrato y cambios de figura jurídica para trabajadores de los medios públicos Notimex, IMER, Canal 22, Canal 14, cuyas actitudes oprobiosas, lamentables, de franco desprecio por los profesionales del periodismo despedidos no difieren en nada de las atestiguadas en los medios privados.

Y todo esto sólo en cifras extraoficiales.

Porque nada, nadie, ha logrado aún que los medios de comunicación mexicanos sean transparentes con sus números, con sus datos. De ninguna especie, no sólo en el aspecto laboral.

Mi amigo reportero me hace ver un detalle: “la mayoría es de nuestra rodada”.

Y tiene razón: los despidos en medios afectan, principalmente, a esa generación de periodistas y comunicadores con entre diez y veinte años de trabajo en los medios.

La generación Senior. Que en otras latitudes viviría, a esta edad, su más brillante y productiva época periodística.

Esa que ya es muy cara para la industria: la que ya no acepta sueldos de seis mil pesos mensuales, que ya es una carga de antigüedad para su empresa, que quizá mira a la jubilación como algo ya de mediano plazo, que dejó buena parte de su vida útil en los medios que ahora le dan la espalda.

La industria mediática mexicana se deshace, en apenas unos meses, de casi toda una generación de reporteros experimentados que ya no encuentran -ni encontrarán- acomodo en las redacciones actuales, pese a su vasta experiencia profesional.

Colegas de mi generación, en su mayoría entre los 40 y los 55 años, lanzados al desempleo y marginados de todos los espacios con una sola, insultante, patética y lamentable sentencia de muerte: “ya eres demasiado Senior para esta redacción tan Junior“.

Y eso, por donde se le vea, es una catástrofe.

Nada hay en su mirada, en su rostro, en el quiebre de su voz, que no me remita de inmediato a un pequeño cachorro desvalido.

-Ya no pierdas el tiempo mandando currículum, bro… nadie te va a levantar. Es la hora de reinventarte- le digo. Y en su mirada hay destellos.

No tengo certezas, pero tampoco dudas.

Hago un repaso personal de todo lo que a mí mismo me ha impulsado a seguir cuando se me cerraron los espacios en los medios tradicionales, y pude sobrevivir, pese al rechazo de muchos, pese al fracaso de intentos:

Nadie como tú conoce ese sector que cubriste toda la vida. Y nadie como tú sabe todo aquello que jamás se publicó y que aún hoy sería una extraordinaria revelación periodística. Llegó la hora de hacer el periodismo que no hiciste, de hacer libros, de hacer reportajes, de hacer alianzas con otros colegas con la misma experiencia, es hora de titularte y buscar nuevas alternativas profesionales, de hacer posgrados, de voltear a la academia, de olvidarte de vivir del dinero del gobierno y reencontrar la fórmula para que la gente pague por tu trabajo profesional, serio, ético, necesario.

No hay recetas ni caminos fáciles: la industria periodística formó cuadros sin apenas ambiciones profesionales y la factura que hay que pagar por ponerse la camiseta es demasiado alta para muchos colegas que no se preocuparon por capacitarse, actualizarse, profesionalizarse.

-Está de la chingada – dice él.

-Sí… pero hay maneras -le digo, mientras pago la cuenta con la única tarjeta que no me tiene boletinado en el Buró de Crédito- no todos nos vamos a salvar… pero todos debemos hacer el intento.

Es cuestión de responder profunda y personalmente, con dolor pero con mucha honestidad, a una sola pregunta:

¿Cómo se reinventa una generación abandonada a su suerte, en medio del mayor cataclismo que ha vivido su profesión?


(Quienes integramos el Grupo Candelero, profundamente emocionados, refrendamos nuestra fraternal solidaridad gremial ante esta muy triste y dolorosa realidad que ya viven miles de colegas descrita por Luis Guillermo Hernández y que se publicó el 6 mayo, 2019 en el Página de Sexta W).

Abraham Mohamed Zamilpa, Director.