Por: Ricardo MonrealAvila
Recientemente, en una conferencia matutina, el presidente de México mencionó que próximamente realizaría una visita formal a los Estados Unidos de América para reunirse con su homólogo en aquel país, a fin de celebrar la entrada en vigor del nuevo acuerdo comercial tripartita (entre ambas naciones y Canadá).
El canciller Marcelo Ebrard ha confirmado ya que la invitación de la Casa Blanca al Gobierno de México es para los días 8 y 9 de julio. Éste sería el primer viaje del presidente de la República al extranjero, lo que le otorga una especial relevancia.
Este primer viaje del jefe del Estado mexicano al extranjero se da en el marco de la intención política del presidente Trump por extender su mandato cuatro años más, y cuando muchas de las energías políticas de aquel país se están concentrando en torno a la elección presidencial que tendrá lugar en noviembre próximo.
Las pretensiones de reelección del actual presidente estadounidense se dan en un escenario complicado debido a los problemas de índole diversa que ha atravesado su administración, y en medio de una pandemia de la que varios países en el continente no nos hemos recuperado todavía.
En este estado de cosas, la inminente visita del primer mandatario mexicano a suelo estadounidense ha causado revuelo entre los círculos de poder de ambas naciones, pues resulta difícil frenar las suspicacias en torno a los efectos político-electorales que se podrían suscitar por el encuentro entre ambos jefes de Estado.
El presidente López Obrador es un político experimentado; su aguda visión permitió llevar las negociaciones del T-MEC por las vías de un acuerdo comercial más justo y benéfico para nuestro país. Su manejo sereno de situaciones complejas y la conducción de la política exterior con base en los postulados del artículo 89 fracción X de nuestra Carta Magna serán seguramente la principal herramienta diplomática que empleará en su próxima visita a la Unión Americana.
Por su parte, el presidente estadounidense ha dado muestras en el pasado de buscar dividendos políticos de encuentros diplomáticos; por ejemplo, el 31 de agosto de 2016, el otrora candidato republicano fue recibido de manera oficial por el anterior presidente de México, lo cual fue duramente criticado en ambas naciones, por las implicaciones políticas que se atestiguaron, al margen del marco institucional.
En palabras de un amigo legislador demócrata del estado de Texas: “… el gobierno anterior se puso de tapete, y Trump se limpió la suela de sus zapatos en él hasta que se cansó”.
La actual se trata de una visita de Estado entre homólogos; lejos debe estar la idea de un espaldarazo simbólico del primer mandatario de nuestro país a cualquiera de los contendientes en el inminente proceso electoral estadounidense.
La visita protocolaria del presidente AMLO tiene como objetivo principal celebrar un acuerdo comercial histórico; por ello, los propios demócratas tampoco esperan que se pueda dar un encuentro con Joe Biden, su candidato a la Presidencia. Esto último se consideraría una injerencia flagrante en el proceso electoral de aquel país, lo cual suscitaría serios problemas institucionales y comprometería la buena relación con el vecino del norte.
Para algunos comentaristas estadounidenses, hay cierto parecido en la personalidad y la actitud política desafiante de los presidentes de ambos países. Sin embargo, para el ala demócrata, las políticas del presidente mexicano son coincidentes con la agenda política y las propuestas de este partido.
La reforma fiscal que se está impulsando en México, en la que deben pagar más quienes más tienen y la cero tolerancia a la evasión fiscal, así como la admiración de nuestro primer mandatario por Franklin D. Rossevelt -considerado uno de los mejores presidentes demócratas de la historia norteamericana- y el histórico incremento al gasto social son semejanzas sustanciales entre los demócratas y el actual gobierno mexicano.
No obstante, la búsqueda de un trato respetuoso y de continua cooperación bilateral es el sello característico de la política exterior del gobierno mexicano actual, así que la visita del presidente López Obrador seguramente será en todo sentido ajena a las cuestiones político-electorales de los Estados Unidos; pero también podrá servir para refrendar el compromiso de la 4T con las y los connacionales en aquel país, ante la difícil situación que enfrentan por las políticas antiinmigrantes y por el despiadado golpe económico asestado por la pandemia, comprometiendo la estabilidad de sus hogares.
Por otro lado, la amplia experiencia protocolaria y diplomática de ambas naciones, con certeza encauzará este encuentro entre jefes de Estado por la ruta de la cordialidad y el respeto mutuo.
La mesura y la prudencia que caracterizan al presidente mexicano mantendrán las relaciones bilaterales en óptimas condiciones, independientemente del grupo político que ocupe la Casa Blanca. Por lo pronto, según el propio legislador demócrata de Texas que me compartió su opinión, de ganar Joe Biden las elecciones del próximo noviembre, el presidente López Obrador deberá tener listas sus maletas, porque seguramente será uno de los primeros jefes de Estado en ser invitado por la nueva administración.
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