Todas las personas que han enfrentado al virus SARS-CoV-2 —que provoca la enfermedad COVID-19—, desde la etapa misma del contagio, pasando por el malestar físico provocado por la exacerbación de los síntomas, y llegando incluso al drama de la hospitalización o el dolor por la irreparable pérdida de un ser querido a causa de este nuevo padecimiento, pueden ser más conscientes de la importancia y necesidad que hay de controlar la pandemia que actualmente nos azota.
Seguramente todas y todos hemos escuchado más de un testimonio entre familiares, amistades, colegas de trabajo, vecinos o conocidos, en torno a cómo enfrentar la enfermedad, en caso de que se presente en nuestro hogar. Información oportuna, contacto de profesionales de la salud y especialistas, remedios caseros, medicina alternativa, fármacos, lugares para la renta o venta de tanques o concentradores de oxígeno y muchos datos más han circulado profusamente a través de los servicios de mensajería instantánea de los dispositivos móviles, como manifestación de movilización social ante la emergencia sanitaria que ha golpeado al mundo entero.
Hoy por hoy, el tema más socorrido no sólo en los medios de comunicación, sino también en las pláticas familiares y en las charlas ocasionales es la situación por la cual atraviesa el país; el modo en que cada cual, desde su posición, está enfrentando la pandemia, lo que se espera en los días, semanas y meses venideros, así como las expectativas que guardamos para poder recuperar la normalidad que nos fue arrebatada hace poco más de un año.
La Jornada Nacional de Sana Distancia tiene ya un año en vigencia. A raíz de la serie de medidas implementadas por las autoridades sanitarias de nuestro país para contener la curva de contagios, México ha estado envuelto en una cuasi parálisis económica que nos ha golpeado en general, aunque sus estragos se han hecho sentir con mayor crudeza entre los sectores de la población con mayor vulnerabilidad socioeconómica.
Este último año hemos vivido dos olas de contagios. La primera, que comenzó a incrementarse en el mes de abril de 2020 y tuvo una reducción importante a partir de julio, evidenció el estado real de nuestro golpeado sistema público de salud. La misión de las autoridades sanitarias federales era clara: había que evitar a toda costa el colapso de la infraestructura sanitaria, para garantizar la atención médica oportuna de las personas que fueran alcanzadas por la nueva enfermedad y para quienes la requerían por otros padecimientos.
Gracias al esfuerzo de las autoridades federales y del ejército de heroínas y héroes de batas y uniformes blancos, se pudo aplanar la curva de contagios, y para los meses previos a la temporada invernal hubo una aparente calma.
Con la llegada de diciembre y de los fríos estacionales llegó también la segunda ola de contagios, la cual fue más agresiva que la primera, y los casos se reprodujeron con mayor rapidez. Nuevamente, la infraestructura del sistema público de salud se volvió a comprometer, y el llamado de las autoridades sanitarias hizo hincapié en la necesidad de interrumpir la cadena de transmisión con el apoyo de la población. Después de estas dos tormentas, el saldo es de poco más de 2 millones de contagios y cerca de 200 mil lamentables defunciones; aunado a ello, se ha observado el incremento de conductas nocivas o criminales, como la violencia intrafamiliar, así como el aumento de padecimientos psicosociales, como el estrés y la ansiedad entre muchas personas de todas las edades.
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