Por: Ricardo Monreal Avila
Difícilmente podemos recordar un Gobierno en México que tuviera tanta legitimidad. Recordando las tomas de posesión de los dos presidentes anteriores, cabe hacer énfasis en la serie de protestas en que se vieron envueltas, dentro y fuera del recinto legislativo.
A diferencia de estos eventos, el presidente de la 4T arrancó de manera ejemplar desde la ceremonia misma de la entrega de la banda presidencial, incluso desde antes, cuando multitudes ciudadanas se agolparon a lo largo del recorrido vehicular del mandatario en su camino al Palacio Legislativo de San Lázaro.
La legitimidad del actual primer mandatario se desprende de su reconocida trayectoria política, ya que ha sido durante mucho tiempo la figura pública de mayor peso y relevancia en las últimas décadas en el país.
El sociólogo alemán Max Weber, en su arquetipo metodológico “los tipos de dominación”, que enunció en su obra Economía y sociedad, identificó que la legitimidad de un personaje con liderazgo en el aparato estatal se puede sustentar principalmente en uno de tres tipos de dominación: 1) de carácter racional; 2) de carácter tradicional, y 3) de carácter carismático.
El primero descansa en la legalidad y en la institucionalidad, principalmente de carácter estatal; el segundo está fundamentado mayoritariamente en las tradiciones, como en las monarquías hereditarias de los reinos del viejo continente; y el tercero es concedido o aceptado por el grupo, la comunidad o la sociedad, debido al carácter extraordinario, al heroísmo o la ejemplaridad de una persona.
El presidente López Obrador cuenta con dos de estas características del tipo ideal weberiano, pues no sólo goza de una firme legalidad de origen, al haber emanado de un proceso electoral incuestionable, sino que además su administración se conduce conforme a los principios de la Carta Magna y de las disposiciones vigentes -legitimidad de procedimiento-.
Por otro lado, el presidente AMLO es identificado como un hombre honesto, recto, con autoridad moral; como un luchador social que siempre acusó los abusos perpetrados por el poder político y el enriquecimiento desmedido de unos cuantos, en detrimento de la calidad de vida de la inmensa mayoría.
Todo ello nos lleva a entender por qué, al cumplirse el segundo aniversario del inicio de su gobierno, el presidente cuenta con una aprobación del 60 por ciento, con una calificación de 64 sobre 100; y por qué Morena, instrumento político institucional creado a partir de una movilización social generalizada, tiene al día de hoy con una amplia ventaja en las intenciones de voto -que duplica la de sus competidores, que cuentan con entre el 35 y el 40 por ciento- y con ello la posibilidad de que se lleve la victoria en 12 de las 15 gubernaturas que estarán en disputa el año entrante.
Después de dos años de gobierno, en materia macroeconómica, pese a los malos augurios provenientes de la oposición, hay estabilidad en cuestiones de paridad, déficit, inflación, ahorro, inversión y reservas. Tan sólo en el mes de septiembre, nuestro país registró un superávit en su balanza comercial del 3.7 por ciento, lo que significó un valor en la exportación de mercancías por 38 mil 547 millones de dórales, un dato por demás positivo, pese a la contingencia sanitaria que ha impactado y mermado las economías de todo el mundo.
En el terreno de lo social, se eliminaron las cargas de intermediarios que mermaban buena parte de los recursos destinados u orientados a apoyos gubernamentales a la ciudadanía. Gracias a ello, hoy en día, aproximadamente en el 70 por ciento de los hogares mexicanos hay por lo menos una persona beneficiaria de algún programa impulsado por el Gobierno de la 4T.
Al inicio de la actual administración, cuatro eran los principales enemigos por vencer: la violencia, el desempleo, la corrupción y la pobreza. Actualmente, por lo que ve a los dos primeros, los avances serán significativos en el futuro inmediato; hay buenas expectativas de recuperación económica, y los índices de violencia no ha mostrado nuevos repuntes —además, avanzan con éxito las fases de desarrollo de la Guardia Nacional y el fortalecimiento del sistema de seguridad pública—, a pesar de la crisis sistémica que prevaleció durante décadas en el país.
Por su parte, y aunque falta mucho por hacer para erradicarla, la corrupción está sometida: al interior de las instituciones del Estado se refleja una mayor transparencia en la gestión y en la asignación de recursos. Además, finalmente la pobreza está siendo combatida de manera frontal, aunque va de la mano con la pérdida de empleos y con la precariedad en los bajos salarios que siguen persistiendo en el país.
No obstante, el reto más apremiante que irrumpió en forma súbita y ha puesto a prueba al Gobierno federal ha sido la pandemia ocasionada por el virus SARS-CoV-2, que no sólo ha evidenciado aún más las carencias ya conocidas del deteriorado sistema de salud mexicano, sino que ha trastocado el contexto macroeconómico, alcanzando la economía primaria, es decir, la de miles y miles de familias mexicanas.
Anteriormente, usando como pretexto crisis menores a la sanitaria actual, se acudía al sobreendeudamiento, destinando grandes cantidades de dinero para “salvar” de manera exclusiva a los grandes empresarios del país, a costa de la precarización de la mayoría de la población; hoy, se privilegia a las familias antes que a los grandes consorcios empresariales del país, lo que constituye uno de los triunfos éticos más importantes de los que tenga memoria la historia política de nuestra nación. Además, se ha evitado el camino del endeudamiento público.
A pesar de los embates que han puesto a prueba al Gobierno de la 4T, éste se mantiene con aplomo por los resultados positivos -legitimidad de resultados- y por el vigente carisma del presidente, cuyo liderazgo legal y popular ha evidenciado nuevas formas de ejercer el poder público, sin necesidad de darle continuidad a las recetas del grupo que se mantuvo por décadas apostado en el poder, beneficiándose del erario.
La ruta está trazada. Pese a la oposición y los malos augurios, la 4T ha demostrado capacidad y tenacidad para gobernar, sacando a flote al país en medio de la crisis sanitaria más grave en muchas décadas.
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