Por: Ricardo Monreal Avila
México enfrenta una de las situaciones más difíciles de su historia reciente; nadie imaginó que este año llegaría una parálisis económica causada por la irrupción de un nuevo agente viral, el cual ha puesto de cabeza a todo el globo.
Para la contención de la pandemia se han implementado medidas en todos los países, que van desde el confinamiento y la limitación de la movilización de la población, hasta el uso obligado de cubrebocas, caretas, desinfectantes y gel antibacterial, entre otros.
La recomendación más reiterada por las autoridades de salud pública, tanto extranjeras como locales, ha sido la de minimizar el contacto entre las personas, además de evitar su aglomeración en espacios cerrados y reducidos, para evitar con ello el crecimiento exponencial de los contagios.
Lamentablemente, la necesaria medida de paralizar las actividades económicas para impedir el colapso de los sistemas de salud de cada país, incluyendo al nuestro, ha traído consecuencias aciagas, como pérdida de empleos, cierres de empresas, disminución en la recaudación fiscal, pérdida del poder adquisitivo, aumento de la inflación y pronósticos poco favorables para el financiamiento público, debido al magro crecimiento económico y al alud de incertidumbres derivadas de la recesión más grave a escala global desde la Gran Depresión de 1929.
El mundo entero está enfrentando un escenario cuasi apocalíptico, el cual sólo podrá ser sorteado con el esfuerzo conjunto de todos los actores sociales.
Lamentablemente, en nuestro país la crisis sanitaria abrió, a quienes todavía se oponen a un cambio de régimen que beneficie en principio a la población más vulnerable, un portal deseable para intentar deslegitimar las acciones y decisiones de las personas que hoy pueden detentar la conducción del país gracias al abrumador mandato de la voluntad popular.
Para estas voces, la tragedia económica en la que nos encontramos el día de hoy es responsabilidad casi exclusiva de la administración federal, eligiendo ignorar que se trata de un fenómeno global que ha azotado la estabilidad de países ricos y pobres por igual.
Quienes siguen esperando el fracaso de la 4T, hacen votos por que la situación sanitaria se agrave hasta el punto de que, sin más remedio, llegue el colapso.
Pareciera que, en sus deseos, anhelan también que el número de personas infectadas y fallecidas por COVID-19 crezca desmesuradamente para, quizá de esa oscura manera, granjearse otra vez parte de la confianza ciudadana que perdieron.
Tristemente, se entregan de manera poco racional a la desacreditación de los esfuerzos de la 4T por corregir el rumbo del país, poniendo la mira en las próximas elecciones intermedias, las cuales se llevarán a cabo el siguiente año.
No obstante, a pesar del deseo opositor por que la situación empeore en nuestro país, afortunadamente para el bien y tranquilidad de la mayoría, en la actualidad existen ya al menos tres prototipos de vacuna para atender el SARS-CoV-2, que provoca la enfermedad conocida como COVID-19.
La llegada a territorio nacional de una de estas tres posibles armas contra la nueva enfermedad causante de la pandemia, y que se distribuiría de manera masiva y gratuita entre la población, abre la posibilidad para arribar a una pronta recuperación de la vida económica y social en todas sus facetas; todas y todos esperamos y hacemos votos por que así sea.
El Gobierno de México decidió no contratar más deuda para inyectarle capital a las empresas, lo cual mereció un amplio cuestionamiento por una parte del sector privado, que en el pasado tenía prioridad para ser rescatado en estas coyunturas de crisis.
En lugar de ello, la administración federal incrementó la recaudación fiscal y creó una red de protección social, mediante la cual los apoyos económicos se otorgaron de manera directa a la población más vulnerable en términos de edad, ocupación laboral y situación socioeconómica.
Esta decisión, que procedió a la eliminación de candados burocráticos, intermediarios y operadores políticos, permitió que los apoyos gubernamentales llegaran de manera íntegra a aquellas personas cuya situación apremiante se vería aún más comprometida por los efectos de la pandemia.
Sin embargo, estas acciones no implicaron en forma alguna tener que endeudar más al país, a diferencia de lo que se acostumbraba en la era neoliberal.
Esperamos con paciencia la recuperación de la salud, de la economía y del bienestar de las familias mexicanas. La llegada de una vacuna para combatir la contingencia sanitaria que hoy padecemos no sólo proporcionará tranquilidad, sino también la estabilidad social que se perdió con la inesperada irrupción del nuevo coronavirus en nuestro país.
También servirá para desalentar los deseos de quienes se resisten al cambio y que, sin reparo alguno, abrazan los presagios de catástrofe para poder cimentar una estrategia con propósitos más bien de corte electoral.
Con todo, hay que medir el escenario político del nuevo régimen con base en el porcentaje de aceptación o aprobación que la ciudadanía otorga al presidente de la República, y que, en este momento, es del 62 por ciento, con una calificación de 7 en una escala de 1 a 10. Resulta evidente que la 4T ha sorteado ya lo peor de la pandemia.
La llegada de la vacuna no sólo permitirá la recuperación del control total de la salud pública en México, sino que además se generarán las condiciones para recobrar la estabilidad económica y social; también se reforzará la confianza en los propósitos de la Cuarta Transformación y en las decisiones hasta hoy tomadas.
El virus del mal augurio y de los pensamientos opuestos a la transformación igualmente será debilitado, en cuanto comience la aplicación del remedio que todas y todos esperamos.
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