Por: Ricardo Monreal Avila
Hemos observado con asombro todo lo que la irrupción de la COVID-19 ha impactado en la aparente tranquilidad y normalidad a la que cada persona estaba acostumbrada. Muchas hubieran querido seguir su propio tren de vida, planeando, tomando decisiones y llevando a cabo los propósitos colectivos e individuales, sin detenerse a pensar en que todo ello podría detenerse de manera abrupta.
La humanidad actual, acostumbrada a ejercer su dominio sobre la naturaleza, ha precipitado con su actitud depredadora las condiciones que a la postre podrían conducirla a su propia extinción, lo que sin lugar a duda ocurrirá, de no corregirse el rumbo que hasta el momento se ha tomado.
El SARS-CoV-2, que ocasiona la enfermedad denominada COVID-19, vino a ser una bofetada para un mundo confiado en las certidumbres provistas por los avances científicos y tecnológicos, dado que estos últimos se han producido de manera trepidante durante las últimas décadas.
El virus, cuyos primeros casos confirmados se presentaron en la provincia de Wuhan, China, apareció en medio de una época de grandes avances en la medicina, por lo que sus consecuencias nos han devuelto al viejo axioma relacionado con la incapacidad humana de controlar o dominar al cien por ciento a la naturaleza.
Como un alfiler que golpea la textura de un globo demasiado inflado, la irrupción de la pandemia nos devolvió súbitamente a la endeble realidad; la gran movilidad a la que nos habíamos habituado se vio interrumpida de manera abrupta, y atestiguamos cómo el planeta entero fue entrando en un periodo de confinamiento sin precedentes.
La economía mundial también dio un vuelco y, ante la parálisis, las bolsas de todo el mundo cayeron, al tiempo que se pronosticó una recesión a escala global, semejante a la Gran Depresión ocurrida aquel Jueves Negro de la Bolsa de Nueva York; la repentina llegada de la pandemia echó por tierra los deseos de la humanidad actual de escalar hacia la cúspide de su propia existencia, recordándonos nuestra naturaleza vulnerable.
En cuestión de meses, un nuevo virus se comenzó a esparcir desde China.
Los países europeos apostaron mayormente por el confinamiento y la reducción de actividades, dejando en pie sólo las esenciales. Italia y España comenzaron a reportar un número importante de contagios y, poco tiempo después, la cantidad de decesos ascendió de manera vertiginosa, evidenciando con ello la gravedad de la situación.
Se hizo necesario el cierre de fronteras; algunos países decidieron cortar de tajo el flujo de bienes y personas, permitiendo, en todo caso, la movilidad de mercancías de primera necesidad; algunos tuvieron éxito; otros, sólo retrasaron la llegada de la pandemia a su territorio.
A finales de febrero, México reportó su primer caso confirmado; a mediados del mes de marzo entramos en confinamiento en la mayor parte del país. Suspensión de actividades no esenciales, cierre de escuelas, oficinas de gobierno y negocios; una parálisis casi total envolvió a las ciudades mexicanas más importantes. Ante esto surgieron preguntas como: ¿hasta cuándo van a seguir así las circunstancias?, ¿cuándo volveremos a retomar la vida cotidiana a la que estábamos acostumbrados?
Hubo una contención de los contagios durante los meses en que estuvo vigente la Jornada Nacional de Sana Distancia, iniciada el 23 de marzo y concluida el 30 de mayo; el propósito fundamental fue evitar el colapso de nuestro débil sistema de salud pública. Afortunadamente, a diferencia de otros países, en México la ocupación hospitalaria en general no estuvo a tope, y se ha procurado contar con el número de camas y respiradores suficiente para las y los pacientes COVID con un diagnóstico de salud delicado o crítico.
No obstante, en los meses siguientes la pandemia no dio tregua, por lo que el número de casos confirmados y de decesos se incrementó de manera importante, sin que ello produjera tampoco el colapso del sistema de salud pública en México.
La llegada de la “nueva normalidad” lleva aparejada la urgencia de reactivar la economía local; la gran mayoría de las familias mexicanas cuentan con recursos limitados, por lo que buscar la pronta reincorporación a las actividades productivas ha sido una constante desde que inició la emergencia sanitaria en nuestro país.
El alargamiento del confinamiento resultó ser un duro golpe para amplios sectores de la población, por lo que el gobierno de la 4T enfrenta un complicado desafío: tiene que lidiar con la crisis sanitaria con todos los recursos disponibles, pero no puede descuidar la crisis económica.
Aun cuando el escenario luce altamente complejo, debemos reconocer algunas lecciones derivadas de la pandemia: nos ha hecho recordar que la humanidad, incluso con tantos avances en ciencia y tecnología, sigue siendo vulnerable a los secretos de la naturaleza que no ha podido desentrañar. En aras de privilegiar la industria, el crecimiento económico y la constante búsqueda de un supuesto “bienestar” se dio paso al dominio tiránico del entorno, sin medir las posibles consecuencias.
Por otro lado, se ha evidenciado la urgencia de cambiar nuestros hábitos socio familiares, de higiene y alimenticios, así como de fortalecer programas de activación física. Las enfermedades crónico-degenerativas —las cuales han potenciado los daños de la pandemia— son consecuencia de décadas de vida sedentaria y del consumo crónico de “comida chatarra”.
Asimismo, la emergencia sanitaria ha puesto en evidencia la necesidad de fortalecer el uso de las tecnologías de la información y de la comunicación. La utilización de las TIC ha dado buenos resultados en los países de primer orden, para sortear y contener la pandemia; México debe seguir este ejemplo, en especial en el campo educativo y laboral, en tanto no se cuente con una vacuna eficaz en contra del virus. El teletrabajo, las telecompras y la teleeducación serán un importante aliciente para aminorar los efectos de las crisis sanitaria y económica.
Otra lección importante pasa por la necesidad impostergable de sanear y fortalecer nuestro sistema de salud. Afortunadamente, la loable labor del personal médico y la cooperación y participación de la ciudadanía han evitado el colapso del sistema. Sin embargo, el gobierno de la 4T debe hacer un doble esfuerzo por volver a apuntalar toda la infraestructura de salud pública, sobre todo cuando sabemos que crisis sanitarias como la que hoy vivimos pueden ser mucho más recurrentes en el futuro.
La pandemia ha ayudado a clarificar todo aquello que como sociedad y como personas hemos estado haciendo mal. Corregir el rumbo sería una muestra de sensatez de las presentes generaciones. El no hacerlo, sin duda comprometerá a las generaciones futuras y nos podría enviar al basurero de la historia.
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