Por: Ricardo Monreal Avila
Emilio Lozoya Austin, ex director de Petróleos Mexicanos en el gobierno anterior, y quien fuera detenido hace unos meses en España, llegó a nuestro país el pasado 17 de julio. Su arribo representa la oportunidad de que todas y todos los mexicanos podamos conocer el complejo rompecabezas de venalidad y corrupción que se erigió durante el último gobierno del periodo neoliberal.
Para entender el grado de corrupción que permeó en el país durante tanto tiempo, es necesario asimilar que esto fue posible gracias a la maquinaria política, aceitada con el peculado y el cohecho, que era lo suficientemente consistente para que en la superestructura —en términos de la metodología marxista— del Estado mexicano este mal tuviera un carácter de imprescindible.
De manera particular, el partido que dominó gran parte de la escena política del siglo pasado gestó —como suelen hacerlo los partidos de Estado— dentro de su seno diversos grupos políticos que se disputaron el control al interior, buscando posicionarse dentro y fuera de las filas del instituto político para poder acceder a las posiciones más altas del poder púbico.
Uno de esos grupos, emblemático por el nivel de poder y control político que ejerció en la vida pública del país, es el llamado Grupo Atlacomulco, el cual extendió su dominio, principalmente, sobre el Estado de México, al grado de hacer de esta entidad un bastión político y electoral, y dominando la vida pública por más de dos generaciones.
Acaso el personaje más emblemático del grupo mencionado fue Carlos Hank González. De origen humilde, este maestro rural combinó el servicio público con la actividad política y los negocios personales; este comportamiento, otrora totalmente aceptable entre la clase política, está definido expresamente como tráfico de influencia y otros tipos penales contemplados dentro del Título Décimo de nuestro código sustantivo de la materia: “Delitos por hechos de corrupción”. La bonaza resultante de aquellas prácticas, entonces dignas de admiración, hoy es el epítome de la corrupción y el claro ejemplo de lo que busca erradicar en el corto plazo la 4T.
El caso Lozoya ilustra de manera patente lo que representa la escuela del Grupo Atlacomulco: uso discrecional de dinero público para prácticas clientelares, compra de votos y de conciencias, y acumulación de poder político y poder económico, para mantener el dominio cuasifeudal de las demarcaciones políticas.
En síntesis, lo que hasta ahora se sabe de la corrupción que se desató en Pemex durante la administración de Lozoya Austin es sólo un botón de muestra de la forma como se concibió la conducción del país al interior de aquel grupo.
Tanto permeó la influencia del Grupo Atlacomulco en la cultura política de nuestro país durante el siglo pasado, que incluso se acuñaron frases o aforismos propios de su actividad o proceder, lamentablemente muy conocidos y hasta practicados por muchas personas en el servicio público. Algunos ejemplos:
“Todo político tiene un precio. Si no, no es político”.
“Político pobre, pobre político”.
“El presupuesto es para hacer política, y lo que sobre es para hacer obra”.
“En política, lo que se arregla con dinero es barato”.
“Lo moral es un árbol que da moras, o sirve pa’una chingada”. (Gonzalo N. Santos)
“No pido que me den, sino que me pongan donde hay”.
“La regla de oro para abrir el presupuesto es una: el que no chilla no mama”.
“El que poco pide, poco merece”.
“Éste es el año de Hidalgo: tonto el que deje algo”.
“El que no transa, no avanza”.
“No compres bancadas, sólo réntalas por evento (pay per vote)”.
“No hay que dejar nada, porque los que vienen son muy corruptos”.
El caso Lozoya es prueba inequívoca del régimen de corrupción e impunidad que caracterizó a las administraciones pasadas y cuyo colofón comenzó con la elección histórica de 2018. Por ello, el pueblo de México pide una justicia pronta, imparcial y expedita, para fortalecer el Estado de derecho.
Como pieza clave del gobierno anterior, Lozoya aportará información valiosa para deslindar responsabilidades respecto a los malos manejos que se hicieron con ingentes recursos públicos, patrimonio de las y los mexicanos, todo en aras de favorecer la larga tradición de enriquecimiento ilícito de los altos funcionarios del país.
La entrega de los recursos estratégicos de México fue el propósito del régimen durante la vigencia del periodo neoliberal, y el desaseado reformismo de las últimas administraciones apuntó a este objetivo. Los detalles de ello están próximos a ser revelados a la población.
El enjuiciamiento de Emilio Lozoya marcará un hito en la lucha por extinguir la era de corrupción y de privilegios para unos cuantos. Es indispensable obtener justicia a secas, sin circos ni cercos; superando dos formas de injusticia: el juicio sumario de los tribunales mediáticos, por un lado, y el juicio laberíntico de los tribunales kafkianos, por el otro.
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