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La “cientoveintena” y la nueva normalidad

Por: Ricardo Monreal Avila

A casi tres meses de que se implementara la Jornada Nacional de Sana Distancia, con la cual se contuvo y evitó un desbordamiento de los contagios y el colapso de nuestro sistema de salud a lo largo y ancho del país, la pandemia parece no dar tregua, y en este momento 15 estados de la República se encuentran en semáforo rojo, mientras que otros 17 han pasado a color naranja.

En la Ciudad de México continúa el confinamiento para buena parte de la población, a pesar de que a mediados del mes de junio inició la transición hacia la nueva normalidad; no obstante, ya hay actividades económicas en marcha y ha comenzado a presentarse una mayor movilidad en la gran urbe.

El efecto COVID-19 ha impactado a nuestro país en una escala sin precedentes; la desaceleración económica ha sido una de las consecuencias inevitables, y desgraciadamente está haciendo estragos en muchas de las familias mexicanas; tan solo en dos meses, 10,000 empresas se han dado de baja del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).

Pero, si bien la situación económica es el gran tema de preocupación para la inmensa mayoría de México, no podemos suponer que la contingencia sanitaria es algo menor e intentar retomar la vida que se llevaba antes de la irrupción de la pandemia.

Con la quiebra de muchas empresas y otras fuentes de empleo para millones de habitantes, por la desaceleración económica, la falta de consumo y movilidad, se han atestiguado condiciones difíciles, como que muchas familias están sobreviviendo con apenas 300 pesos a la semana.

¿Qué hacer en medio de una situación tan complicada? Algunas voces sugirieron que debíamos entregarnos a las manos de la “selección natural”: las personas más sanas y con un sistema inmunológico más fuerte tienen asegurada la supervivencia, mientras que las personas enfermas, las de mayor edad o las más débiles afrontarían un futuro realmente incierto.

Por otro lado, el economicismo genocida antepone la economía sobre la salud pública, exponiendo la contrariedad que significaría privilegiar la salud del 2 por ciento de la población, en detrimento de la estabilidad económica del 98 por ciento restante.

A diferencia de otros países que enfrentaron la pandemia antes que México, en este último el confinamiento no fue forzoso, debido a que la condición socioeconómica de buena parte de la población no permite en forma alguna un paro total de actividades; la situación de “vivir al día” impulsó a muchas personas a seguir buscando el sustento cotidiano bajo una premisa: “o nos mata el virus, o nos mata el hambre”.

En redes sociales, usuarios con un estilo de vida más holgado se pronunciaron en favor del confinamiento, y condenaron, sin mucha empatía por la situación de las personas más desposeídas, a quienes no pudieron quedarse en sus casas, tachándolos de irresponsables. La consigna para quienes se ubican en el otro extremo, el del ermitaño  profiláctico, el Robinson Crusoe aséptico, es: “Que el confinamiento dure lo que tenga que durar”.

Para quienes respaldan esa posición, lograr la disminución de los contagios implicaría el uso de la fuerza del Estado: una sugerencia con tintes fascistas disfrazados de control sanitario. Suprimir las libertades de todas y todos, siempre y cuando sea lo mejor para “mí” es prueba fehaciente de los efectos del individualismo recalcitrante que se ha instalado no sólo en nuestra sociedad, sino en occidente.

El gobierno federal, a través de las autoridades sanitarias, tuvo que mover la cuarentena a noventena y, en buena parte del país, a cientoveintena. Las medidas han sido necesarias para preservar la vida y la salud de la ciudadanía; para evitar el dolor de la pérdida de los seres queridos y el colapso de nuestro endeble sistema de salud, sin lo cual podríamos estar hablando de una catástrofe como la que viven otros países de nuestro continente.

La llamada “nueva normalidad” hay que entenderla como la necesidad de adaptar nuestra vida a las condiciones de nuestro entorno. Se sabe, desde que inició la pandemia, que las probabilidades de contagio crecen cuando nos encontramos en lugares aglomerados o en espacios cerrados, al tener contacto directo con las micropartículas que puedan ser expulsadas por una persona infectada cuando exhala, habla, estornuda o tose a una distancia cercana. Simplemente no podemos retomar la vida que llevábamos antes de enfrentar este grave problema de salud pública.

El establecimiento de una nueva normalidad implica realizar de manera distinta nuestras actividades cotidianas. En la medida de lo posible, la incorporación de las tecnologías de la información y la comunicación a la vida cotidiana resulta imprescindible en las circunstancias actuales, en tanto no haya una vacuna probada, certificada y distribuida. El teletrabajo, la teleducación o las telecompras serán, pues, un soporte fundamental en adelante —sabiendo de antemano que su efectividad ha sido probada en Europa y Asia—, para aliviar los problemas de congestión y, por ende, los efectos de la contaminación y el número de contagios.

La propia Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) reconoció en abril pasado que el trabajo en casa o a distancia aumentó en 28 por ciento la productividad de las empresas que implementan este modelo, al eliminar los tiempos de traslado de sus empleadas y empleados hacia zonas de la Ciudad de México como Polanco o Santa Fe, tradicionalmente complicadas por la movilidad deficiente.

Asimismo, la sana distancia, los hábitos de limpieza personal, el uso de cubrebocas y de gel antibacterial tendrán que incorporarse a nuestra cotidianidad, mientras persista el problema de salud pública. La sanitización de lugares públicos y centros laborales, las guardias o rotación de personal que no forme parte de la población en riesgo, así como la aplicación de pruebas diagnósticas masivas y frecuentes se adoptarán como medidas indispensables para garantizar la salud de todas las personas insertas en el mundo laboral.

En suma, si bien no hay fórmulas para encontrar el justo medio entre la necesidad de atender la recuperación económica y la necesidad de salvaguardar la salud de la población, las experiencias y lecciones recogidas durante los meses pasados han arrojado algunas premisas: en los medianos y pequeños comercios, por ejemplo, se observa la utilización de medidas para evitar contagios y a la vez continuar con su actividad económica.

Nadie debe morir de hambre o de enfermedad. Es necesario que encontremos el punto de equilibrio para impulsar la economía de nuestro país sin descuidar la salud pública. En la 4T existe el compromiso de garantizar todos los derechos humanos de la población, entre ellos, el derecho a la salud, los derechos económicos o laborales; aunque en situaciones como ésta se debe buscar la forma de que no entren en colisión unos con otros. 

ricardomonreala@yahoo.com.mx

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA