Convertida en dormitorio para familiares de los pacientes y “refugio” para indigentes, la explanada frente a la entrada del Hospital General de México “Gerardo Liceaga”, evidencia las limitaciones del sistema de salud y la falta de control de las autoridades locales.
Son las 7:00 horas y, junto con el Sol que comienza a salir, despiertan los indigentes que pasaron la noche en las bancas de concreto, ubicadas frente a la entrada de personal.
Algunos otros, aún duermen acostados en la entrada de los baños públicos, envueltos en cobijas harapientas, junto a los restos de comida y vómito de alguno de ellos.
Un indigente que lleva una gabardina sucia, se acerca a sus compañeros con guitarra en mano. No tarda en salir a relucir una botella de “Tonallan” que democráticamente se circula entre ellos y al poco tiempo están cantando “El Rey” y “Hermoso Cariño”.
Mientras, los sufridos familiares de los pacientes que se encuentran hospitalizados en el nosocomio se forman para entrar “¡con su pase en la mano!”, como indica a gritos el policía que cuida la puerta y con quien hay muchas fricciones.
Los médicos residentes, que habían planeado un paro de labores a partir de esa hora, decidieron suspender su actividad ante el arreglo que les ofreció la Secretaría de Salud federal, de la que depende esta instalación.
Es un día normal en el hospital, a cuyas afueras reinan el caos y la suciedad. En medio de numerosos puestos de comercio ambulante (muchos de ellos de comida) la basura se apila tanto en las banquetas con en el arroyo vehicular.
Varios franeleros regentean los codiciados espacios e incluso la doble fila, donde automovilistas particulares, taxistas y repartidores de todo tipo de productos, dificultan la circulación, hasta dejar sólo un carril para el paso de vehículos. Cruzar el semáforo de Avenida Cuauhtémoc, puede llevar entre 30 y 40 minutos.
Sin embargo, esta es la situación normal. “¡Vienen a consulta y dejan aquí toda su basura! Es la misma gente la que lo hace, así no hay manera”, se queja la joven empleada de Limpia de la Ciudad de México, mientras recoge un montón de basura que alguien juntó precisamente frente a la puerta principal del hospital.
Cuando termina de recoger los desperdicios y arrojarlos al bote anaranjado que lleva en un carrito, un hombre —que resulta ser quien regentea el espacio en la calle “apartado” con huacales— le entrega una moneda. Es el “pago” para ella por hacer el trabajo para el que le paga el Gobierno de la Ciudad de México.
Y así el caos al que todos parecen estar acostumbrados, lo mismo los taxistas, que los encargados de los puestos vecinos; los pacientes, sus familiares y los numerosos indigentes que han tomado esta explanada por “vivienda” más o menos permanente.
FUENTE: NOTIMEX, CANDELERO, 15-04-19.