Por: Ricardo Monreal Avila
El virus surgido en Wuhan, China —COVID-19, conocido popularmente ahora como Coronavirus llegó a México la semana pasada, al confirmarse el primer caso de contagio en un hombre de 35 años que estuvo recientemente en Italia.
La noticia detonó en las redes sociales un alarmismo comparable con el vivido anteriormente por la epidemia respiratoria causada por el virus de la influenza A(H1N1).
Junto con el reconocimiento oficial de los primeros casos de contagio registrados, se supo por algunos medios de comunicación que la demanda de cubrebocas se incrementó a tal grado en la Ciudad de México y Sinaloa, primeros Estados con casos confirmados, que se empezó a reportar la escasez de estos artículos en farmacias y centros comerciales; de igual manera, el gel antibacterial incrementó su demanda por la irrupción de las compras de pánico propiciadas por la llegada del virus a territorio nacional.
Sin embargo, aunque ciertamente el virus ha sido declarado como una emergencia sanitaria por la Organización Mundial de la Salud y está presente en Asia, Europa y América, resulta importante conservar la calma y evitar la histeria colectiva.
No hay razones para creer que esta nueva cepa viral acarreará las mismas calamidades que trajo consigo, en su momento, la peste negra, pandemia que en el siglo XIV irrumpió en Asia para después esparcirse por Europa, cobrando un número incontable de vidas humanas.
Científicas y científicos de todo el mundo, incluidos los de nuestro país, están trabajando para desarrollar una vacuna con la cual hacer frente al nuevo virus, la cual, de acuerdo con algunas estimaciones, estaría lista dentro de los próximos cuatro meses. Mientras eso ocurre, le corresponde a la población seguir las indicaciones y recomendaciones dadas por los organismos sanitarios de carácter internacional, mismas que han sido replicadas por las autoridades mexicanas.
El gobierno federal ha sido muy enfático en llamar a la calma y en rechazar el pánico colectivo al que se puede llegar por la desinformación que, desgraciadamente, corre como polvorín en las redes sociales.
Los organismos sanitarios de la administración pública han sido enfáticos en la necesidad de convencernos de que nuestro país no será fuertemente atacado por el COVID-19. Contrario a lo que manifiestan muchas voces, México tiene la infraestructura suficiente, así como personal capacitado para enfrentar la llegada del virus.
Años atrás, cuando nuestro país fue señalado a nivel internacional como el epicentro de la influenza A(H1N1), la cual dejó en territorio nacional un saldo de 388 personas muertas y alrededor de 55,000 casos confirmados, la histeria colectiva en varios lugares del globo derivó en lamentables casos de discriminación y en el trato prejuicioso a connacionales en el extranjero.
Por otro lado, en el plano económico se sufrió la disminución de un punto porcentual en el Producto Interno Bruto. La lección fue aprendida: no hay por qué incentivar el pánico ni la histeria colectiva sin antes haber estudiado los hechos concretos. Menos aún, si caemos en cuenta que las condiciones sociosanitarias de nuestro país y de otros lugares del mundo no son las mismas que hace una década.
Del virus se sabe que tiene mayor rango de afección en personas con sistemas inmunológicos debilitados, por lo que son más vulnerables las y los adultos mayores y niñas y niños menores de cinco años. Su tasa de mortalidad, en China, país que se registra como el epicentro, se calculaba hace algunas semanas en entre el 2 y el 4 por ciento; fuera de territorio chino, la OMS estimó que su tasa de letalidad sería del 0.7 por ciento, es decir, de cada 100 casos de contagio sólo 1 derivaría en fallecimiento, y para llegar a tal desenlace hay otros factores importantes que intervienen, como edad y condición física de la persona que sufre el contagio.
La OMS informó, de acuerdo con el reporte de personas con la infección, que una de cada seis puede desarrollar una enfermedad grave. El virus se transmite de persona a persona por medio del contacto con gotículas procedentes de la nariz o boca de un individuo con la infección, que son inhaladas o que tienen contacto con la boca, nariz u ojos de un sujeto sano; la gotículas pueden ser expulsadas por estornudos o ataques de tos y ser arrojadas a superficies, o bien, depositadas ahí mediante contacto con las manos, por lo que una de las principales recomendaciones consiste en lavarse las manos de manera constante.
Es por ello que el gobierno federal ha cumplido con puntualidad su deber de informar, de alertar sin causar alarma. Por lo demás, resulta necesario que todas y todos atendamos las recomendaciones de las autoridades sanitarias de nuestro país; aquí algunas de las más importantes:
Lavarse las manos frecuentemente con agua y jabón o utilizar gel con base de alcohol al 70 por ciento.
Al toser o estornudar, utilizar el estornudo de etiqueta, que consiste en cubrirse nariz y boca con un pañuelo desechable (tirarlo de inmediato y lavarse las manos) o con el ángulo interno del brazo.
No tocarse la nariz, la boca ni los ojos con las manos sucias.
Limpiar y desinfectar superficies y objetos de uso común en casas, oficinas, sitios cerrados, transporte, centros de reunión, etcétera.
Quedarse en casa cuando se tienen padecimientos respiratorios y acudir al médico si se presentan algunos de los siguientes síntomas: fiebre mayor a 38 ºC, dolor de cabeza, dolor de garganta, escurrimiento nasal, dolor de huesos y músculos, principalmente.
No consumir alimentos de origen animal que estén poco cocinados o crudos.
No hacer compras innecesarias de productos médicos, alimenticios o de cualquier tipo que alteren el curso normal y estable de los mercados (compras de pánico).
Contar con la información precisa y seguir las recomendaciones adecuadas ayudará a serenar los ánimos y a evitar el pánico o la histeria colectiva que, sin duda, nos perjudicaría de manera general. No seamos presas del alarmismo, del amarillismo ni de la desinformación.
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