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Por: Ricardo Monreal Avila

El gigante asiático, China, ha dado muestras de la funcionalidad de su esquema político-económico y, en la actualidad, se perfila como potencia a nivel global.

Ha dejado atrás a la Unión Europea y disputa la hegemonía de nuestro vecino del norte, Estados Unidos de América, nación que se ha erigido como la superpotencia internacional de manera unilateral en las últimas décadas.

Ante este escenario, México no puede ignorar la importancia geopolítica de estas naciones; de ello depende el curso que tomen las relaciones internacionales en lo que resta de la centuria.

El “milagro chino”, como se le conoce el día de hoy, ha permitido que a lo largo de una década la potencia asiática creciera a un ritmo del 10 por ciento de su PIB. Tal desempeño económico ha sido posible por la intervención de diversos factores: como su excedente de mano de obra; la viabilidad de la inversión directa por lo bajos costos de producción; la sólida estructura de distribución de sus productos a escala global —los cuales, por cierto, han incrementado sensiblemente la calidad de manufactura en los últimos años—, entre otras cuestiones.

Ahora mismo, el gigante asiático mantiene una disputa económica y tecnológica con Estados Unidos por el control de la banda 5G, mientras que la empresa china Huawei ha rebasado en ventas a su más importante competidora estadounidense, Apple.

Con 1,400 millones de habitantes, China es el país más poblado de la tierra. Gracias a su importante desempeño económico, en la última década 300 millones de personas chinas han abandonado la pobreza y una nueva élite empresarial —300 nuevos superricos— se ha hecho presente, gastando, anualmente, sumas equiparables al PIB de varios países latinoamericanos.

El sui géneris modelo económico chino es una mezcla entre socialismo y libre mercado, lo que ha permitido desarrollar ciudades inteligentes dentro de las más avanzadas del mundo, así como un sistema de educación científica y tecnológica de calidad, que produce profesionistas del más alto nivel; a este paso, en los próximos años la Unión Europea y Estados Unidos también serán desplazados en este campo.

En otro orden de ideas, la ausencia del pleno goce de libertades civiles y políticas ha sido objeto de constantes señalamientos o críticas hacia el país asiático, debido al carácter rígido del régimen impuesto a lo largo y ancho de su territorio. No hay presencia de altos índices democráticos; la conducción del país está a cargo, irremisiblemente, de la élite del partido de Estado o partido único; no existe un sistema de promoción y protección de los derechos humanos y, además, China ha mostrado una abierta resistencia respecto de temas altamente sensibles para la mayoría de la comunidad internacional, como el calentamiento global.

“Autoritarismo eficaz” es como en algún momento se ha definido la política interna de China. Desde la represión de Tiananmén, en 1989, la contención de las protestas de Hong Kong hace un par de años, pasando por el férreo control que se cierne sobre el uso de internet en su territorio, hacen de este régimen un objeto de análisis importante: se garantizan el crecimiento económico y el desarrollo tecnológico, a costa de un régimen democrático, de libertades políticas y de protección de derechos humanos, tal como es concebido en Occidente.

Además de todo ello, ante el brote de coronavirus de Wuhan, China ha dado muestra al mundo de cómo se debe abordar un problema de salud pública de relevancia internacional. Con un saldo de 564 víctimas mortales, 27,000 personas infectadas y 45 millones de habitantes aislados, presenciamos uno de los cercos sanitarios más monumentales de los que se tengan memoria en la historia reciente internacional.

Ante la emergencia, la capacidad de respuesta y las medidas de control del gigante asiático han salido a relucir. La construcción de un hospital de infectología en tiempo récord fue posible gracias al empleo de 800 grúas, trascabos y 5 mil trabajadores laborando día y noche durante diez días. Dentro del nosocomio, hay disponibles mil camas, con una operación de 1,400 médicos de las fuerzas armadas de aquel país, más 450 de las universidades sanitarias del ejército, marina y fuerza área. El costo total de la operación del lugar está prospectado en 43 millones de dólares.

Las acciones y medidas implementadas en China en torno a la situación marcan un precedente en la atención de contingencias sanitarias de gran escala, las cuales pueden ser replicadas en Occidente y de las que es posible aprender: en primer lugar, la activación de una alerta médica oportuna, seguida de la ubicación del posible origen biológico que permita tomar las primeras medidas pertinentes; además, informar a la población y a la comunidad internacional sin causar pánico.

La virtud del gigante asiático radica en su capacidad de respuesta y en la pronta ejecución de planes de contingencia, como poner a sus científicos e inmunólogos a estudiar el virus y con ello desarrollar una eventual vacuna para combatirlo, lo cual puede ocurrir en los próximos días.

Sin duda, China ha mostrado sus dotes como potencia emergente en todos los retos de este siglo XXI. Las demostraciones de ello en el plano económico, en el tecnológico y ahora en temas de salubridad han sido claras y contundentes, y valdría la pena observar atentamente los acontecimientos venideros para evaluar las posibilidades de México ante un nuevo reacomodo internacional.

Se pueden sopesar los resultados positivos del gigante asiático con los saldos pendientes en materia de democracia y derechos humanos, sin duda. Sin embargo, más allá del debate de la funcionalidad o disfuncionalidad de un peculiar sistema político híbrido que combina el socialismo con el libre mercado, México y otros países tendrían mucho que aprender de las experiencias de China.

ricardomonreal@yahoo.com.mx

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA