Por: Ricardo Monreal Avila
A inicios de este año se han presentado amenazas serias a la estabilidad y a la paz a escala global. Las dificultades que se presenten a lo largo del año definirán en buena medida las diferentes estrategias que el actual gobierno federal tendrá que adoptar para sortear los escenarios adversos en los planos local e internacional.
La postura de México ante las crisis políticas internacionales ha estado históricamente encaminada hacia la resolución de los conflictos, privilegiando el diálogo. El actual presidente de la República ha conducido su política exterior atendiendo al mandato constitucional establecido en el artículo 89 fracción X de la Carta Magna que, entre otras cosas, señala que la política internacional del país debe estar orientada bajo los principios de no intervención y de libre autodeterminación de los pueblos.
De igual manera, el gobierno federal ha sabido sobrellevar de manera pertinente las relaciones y las presiones de sus vecinos del norte, y el nuevo acuerdo comercial entre los tres países -aceptado ya por Estados Unidos de América y México- se encuentra ante la inminente aprobación por Canadá, lo que augura un futuro próspero para nuestro país y un amplio potencial, no sólo en cuanto a crecimiento, sino también respecto al desarrollo económico.
Sin embargo, a unos días de que termine el primer mes del año, ha causado revuelo mundial la irrupción de un nuevo agente viral originario del gigante económico de oriente: China. El “coronavirus” ha encendido los focos de alerta debido a la facilidad con la que se puede transmitir y a sus consecuencias mortales. Al momento de escribir estas líneas, el virus se ha hecho presente en varios países asiáticos, europeos y en Estados Unidos de América.
Por lo demás, la Organización Mundial de la Salud (OMS) en días anteriores elevó el nivel de riesgo de contagio de “moderado” a “alto” en la región asiática, y el día de ayer convocó a una reunión de emergencia que se estaría celebrando el día de hoy, aunque en los días previos precisó que aún no se podía considerar el brote como una contingencia mundial.
El flujo de la información en medios de comunicación y redes sociales comenzó a dar cuenta de cierto temor generalizado entre la población de nuestro país, ante una posible pandemia que, en caso de presentarse, tendría consecuencias trágicas, y no sólo en la actividad económica nacional, como ya ocurrió en el pasado.
Hace diez años, en la primavera de 2009, se dio a conocer que en México se estaba incubando una nueva especie de gripe, que fue conocida como Influenza A (H1N1). De inmediato, el gobierno de entonces implementó medidas de prevención extremas: la imposición de cercos sanitarios públicos; la suspensión de actividades escolares y de concentración masiva; la distribución exponencial de cubrebocas y gel antibacterial; la dotación extraordinaria de antivirales, y el cierre provisional de establecimientos mercantiles, entre otras medidas. La OMS emitió la alerta sanitaria correspondiente, haciendo la advertencia de la vulnerabilidad de nuestro país y de las fatales consecuencias que podría traer aquel agente patógeno.
Ante el anuncio y la preocupación a nivel global, las y los mexicanos que viajaron hacia diferentes países de Asia, Medio Oriente y Europa fueron segregados y puestos en cuarentena o, en el peor de los casos, deportados, por el terror que aquel virus infundó y porque se creyó en ese momento -se sabría después que hubo más casos registrados en países de Sudamérica que en México- que nuestro país era el lugar de origen del nuevo tipo de gripe. La sobrerreacción del gobierno federal fue más perjudicial que la amenaza del virus H1N1 en sí mismo.
La manera como se condujo la entonces crisis sanitaria tuvo un impacto negativo en medio punto porcentual del PIB. Además, junto con el brote de influenza se presentó la crisis hipotecaria estadounidense, que puso en jaque a la economía global y provocó la contracción de la actividad económica nacional, hubo una depreciación importante del peso frente al dólar de un 25 por ciento, se perdieron 400,000 empleos y se afectó la tranquilidad de las y los mexicanos.
En la actualidad, la crisis sanitaria en China se presenta en un contexto de rispidez respecto de la competencia económica entre esa nación y los Estados Unidos; existe además una marcada pugna entre estas dos potencias por controlar la banda 5G, lo que puede derivar en una crisis económico-tecnológica.
México se encuentra navegando en un piélago de complicaciones. A través de la Subsecretaría de Prevención y Promoción de la Salud, el gobierno federal admitió que el coronavirus de Wuhan llegará eventualmente a México, y por ello el país está tomando las prevenciones pertinentes para hacer frente al posible contagio.
Sin embargo, el panorama no tiene por qué dimensionarse en proporciones apocalípticas. Nuestro país siguió el protocolo de la OMS y, en consecuencia, es de las pocas naciones del continente que cuenta con capacidad de diagnóstico del virus; existen medidas de prevención, preparación y respuesta para hacer frente a la posible llegada de este agente viral a territorio nacional.
Se debe evitar el alarmismo, puesto que ello generaría obstáculos para dar un seguimiento óptimo y lograr la contención del eventual riesgo sanitario. Tenemos experiencias en nuestro pasado inmediato de las cuales aprender. Lo que corresponde es la preparación y la serenidad para afrontar el esparcimiento del coronavirus, haciendo a un lado la desinformación y el pánico.
Informar sin alarmar, prevenir sin alterar la economía, y actuar atinadamente ante la contingencia son los retos del gobierno federal. No se puede ser omiso o pasivo ante el riesgo real y latente de una pandemia, pero la razón aconseja también serenidad para actuar con prudencia, y nunca con la conducción del estrés del momento.
Con ánimo resiliente, esperamos las novedades sobre el desarrollo de la vacuna, para enfrentar este nuevo agente viral.
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