Por Ricardo Monreal Avila
Estamos disfrutando de los primeros días del año 2020 y, sin lugar a dudas, existen razones de peso para congratularnos por lo que nos dejó el 2019 y por lo que se puede augurar para este año nuevo.
Cierto es que hasta antes de la transición de 2018 resultaba difícil vaticinar la consolidación de condiciones mínimas para salir definitivamente del subdesarrollo y avanzar como lo han hecho otros países emergentes identificados como el BRIC (Brasil, Rusia, China e India).
México venía de padecer largas décadas de estancamiento y atraso. El fraude electoral y la manipulación mediática habían aderezado un sistema de simulaciones que nos había arrojado pobreza, desigualdad e injusticia social.
Asimismo, las revueltas, las protestas, los movimientos sociales seguían siendo reprimidos de manera violenta por el aparato estatal (recuérdense aciagos episodios como Acteal y Aguas Blancas), pero la efervescencia por las causas de la población económicamente más castigada iba en aumento; la irrupción del EZLN en los primeros años de la década de los 90 del siglo pasado da cuenta de ello.
De igual manera, la corrupción se encontraba en la base de la cleptocracia que nos gobernó por mucho tiempo. El sistema de cuotas y cuates no sólo permeó en todos los niveles de la pirámide gubernamental, sino que se dio entrada a la delincuencia organizada.
Junto al aparato estatal oficial subsistía una especie de Estado paralelo con su propio ejército, con su propia estructura, con su propio sistema de recaudación y con sus propios “programas sociales”, moviéndose de manera impune en los intersticios, por debajo -y por encima, en muchas ocasione- del Estado mexicano.
La pasividad y hasta la complicidad de las autoridades de pasadas administraciones había alimentado la espiral de violencia y el baño de sangre sin precedentes, auspiciado por el crimen organizado.
Además del desgobierno y la descomposición del tejido social al interior de nuestro país, producto de ese régimen de corrupción, una minoría con poder continuaban privilegiando sus muy particulares intereses por encima del bien público o de los intereses de la nación. La agenda exterior funcionaba al compás de un grupo entreguista, apresurado por desmantelar los grandes logros de la Revolución.
Así fue como, en el culmen de esta obra destructiva, se trató de echar por tierra la sustancia de los artículos 3, 27 y 123 de nuestra Carta Magna, mediante las llamadas “reformas estructurales”, elaboradas de espalda a la mayoría de la población, y como resultado de pactos cupulares y mafiosos.
Sin embargo, en el 2019 vivimos un radical cambio; ese año que apenas transcurrió nos disipó muchas dudas e incertidumbres. La transición en el gobierno se tradujo en el inicio de la lucha por sacudir viejos lastres y paradigmas, para transitar a nuevos hitos.
Si lo vemos en retrospectiva, nunca antes en la historia reciente de México se había dado un fenómeno político y social semejante; la recomposición del orden político, la auténtica separación del poder público del poder económico y la transición hacia índices reales de democracia propiciaron una cascada de transformaciones en todos los órdenes que vale la pena recapitular.
Hemos sido testigos de los primeros comicios auténticos y transparentes en largo tiempo, lo que se ha traducido, a su vez, en poderes autónomos más responsables, comprometidos y transparentes (el Congreso de la Unión, por ejemplo, ha mostrado en la presente Legislatura un desempeño digno de resaltar: paridad de género sin precedentes, más productos legislativos, más días y horas de trabajo en las sesiones y más periodos extraordinarios).
También hemos atestiguado el mayor aumento del salario mínimo en 40 años y las remesas más altas en la historia del país. Los programas sociales ahora son masivamente aplicados, a lo largo y ancho de México, sin cortapisas ni intermediarios innecesarios; asimismo, la contención en los precios de los energéticos y la luz ha dado a la economía popular, familiar y personal un apuntalamiento no visto en 35 años.
Las buenas negociaciones en el año que acabamos de despedir dieron como resultado la aprobación del T-MEC, el cual fortalecerá el arribo de la inversión extranjera directa y la reactivación de los motores económicos de la exportación (automotriz, aeroespacial, comercio electrónico, energía renovable, agroindustria).
Por otro lado, el buen desempeño macroeconómico de la presente administración echó por tierra los pronósticos y temores catastrofistas de la reacción, que tanto daño le ha causado a nuestro país, históricamente.
Así, tenemos tasas de interés a la baja, tipo de cambio revaluado, inflación controlada, déficit público contenido, endeudamiento en cintura, disciplina en el gasto público y el ICA (impuesto a la corrupción asociada) en ruta de extinción.
Es igualmente cierto que existen muchos retos por delante: la inseguridad y la violencia, que están comprometiendo los derechos elementales de amplios grupos de la población; la tasa de desempleo; los rescoldos del régimen de corrupción, característicos de administraciones pasadas; los desajustes y la falta de organicidad en buena parte de la estructura del actual gobierno, así como las amenazas relacionadas con las presiones del exterior y la volatilidad de los mercados.
Con todo, la alta aprobación de la figura presidencial y la confianza en el gobierno dan una base amplia de legitimidad a la actual administración para afrontar éstas y otras dificultades; la 4T está lista para generar crecimiento y empleo para México en el 20-20, para combatir frontalmente la inseguridad y la corrupción, así como para defender los intereses de la nación frente a amenazas extranjeras.
Incluso las primeras gotas de lluvia que cayeron sobre algunas partes del país, en plenas celebraciones por la llegada del 20-20, vaticinan buen temporal, según las cabañuelas.
Por ello, con plena congruencia de las buenas circunstancias que nos arropan, resulta justo desearnos un muy feliz y próspero año nuevo.
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