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Por: Ricardo Monreal Avila

ricardomonreala@yahoo.com.mx

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

En el último decenio del siglo pasado, durante el salinato, entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), con el cual, México, Estados Unidos de América y Canadá se volvieron íntimos socios comerciales.

El carácter de ese acuerdo comercial fue eminentemente neoliberal, ya que promovió intensamente la actividad económica y comercial sin muchas cortapisas en la región; para sus críticos, ponía en clara desventaja a los pequeños y medianos productores, por ejemplo, debido a que los precios de muchos bienes de importación resultaban más baratos para el consumidor que los producidos en territorio nacional; para otros, la apertura comercial representó la posibilidad de entrar en el mercado más fluido del mundo.

Lo cierto es que nuestro país se volvió altamente dependiente de la economía de la Unión Americana, no en vano se acuñó entre los economistas una frase que ilustra la gravedad de esa realidad: «si Estados Unidos estornuda, a México le da pulmonía».

El mayor flujo de exportaciones se destina desde hace más de veinte años hacia el vecino del norte y, de la misma manera, la mayor cantidad de importaciones proceden de territorio estadounidense, por lo que muchas personas expertas y analistas se han pronunciado por la necesidad de que se diversifiquen las relaciones comerciales y se establezcan acuerdos con países de diferentes continentes, por estrategia económica y por la propia salud del mercado nacional.

Con la llegada de Donald Trump a la presidencia de la Unión Americana, cambió radicalmente el régimen de libre comercio que habían impulsado y defendido los anteriores gobiernos norteamericanos. Para el actual mandatario estadounidense, el proteccionismo gubernamental es la llave para la recuperación económica de su país y para mantener la hegemonía de esa nación a nivel global; presenciamos el retorno de las medidas nacionalistas y proteccionistas, de uso corriente a mediados del siglo pasado.

En el caso de México, la firma del T-MEC se ha visto envuelta por la constante presión del mandatario estadounidense para asegurar los mayores beneficios comerciales para su país. Desde hace aproximadamente dos años, todas y todos hemos atestiguado los esfuerzos realizados por los representantes del equipo negociador mexicano para lograr un acuerdo más justo en beneficio de la economía nacional; por otro lado, el jaloneo entre Canadá y Estados Unidos de América por un momento auguró la imposibilidad de lograr un acuerdo tripartita como antaño, tensiones que se lograron superar en septiembre del año pasado, cuando se dio a conocer que los dos vecinos del norte se avinieron respecto de la firma de un nuevo acuerdo comercial.

No obstante que la ratificación del T-MEC por parte del Senado de la República se llevó a cabo en junio pasado, dadas las modificaciones al texto (relacionadas principalmente con disposiciones en torno al medio ambiente, al acero y el aluminio, la aplicación estricta de la reforma laboral, temas de propiedad intelectual y patentes de medicamentos, así como lo referido a mecanismos de solución de controversias), se debe dar otro proceso de votación para su aprobación por parte de los congresos de los Estados parte involucrados. En este sentido, también existe la posibilidad de que el nuevo acuerdo sea pospuesto o, en un caso más extremo, que sea cancelado.

En virtud de lo que pueda suceder la semana entrante, surgen algunas interrogantes en torno a los distintos escenarios; en caso de que no llegue a buen puerto la firma del nuevo acuerdo comercial: ¿ya no habría más relaciones en este sentido con la Unión Americana? Aunque no hubiera un nuevo acuerdo, el actual TLCAN seguiría vigente; el dinamismo de las relaciones comerciales entre ambos países se desaceleraría, pero éstas no llegarían a su fin de manera abrupta.

De hecho, para algunos analistas, la subsistencia del actual régimen comercial es mucho más conveniente para México, en tanto que las medidas proteccionistas del mandatario estadounidense resultan nocivas para el libre comercio entre ambos países.

En caso de que Estados Unidos quisiera dar por terminadas las relaciones comerciales con México de manera repentina —lo cual es poco probable, dada la codependencia económica entre ambas naciones— tendríamos carta abierta para concertar un acuerdo con China, potencia comercial boyante, lo cual se antojaría muy productivo e interesante para la economía nacional; por otro lado, en este hipotético caso, podríamos seguir comerciando con Canadá y con los países de la Cuenca del Pacífico.

Si el escenario fuera el aplazamiento del nuevo tratado comercial, México debe poner especial atención en su estrategia de “control de daños”; el cuidado de la estabilidad macroeconómica; una mayor inversión extranjera y local en áreas estratégicas —infraestructura, energía, en el campo, en la construcción de carreteras, por mencionar algunas—, y en la diversificación de su mercado orientado hacia economías emergentes en Europa y Asia. Esto aseguraría que nuestro país resistiera con mayor aplomo el temporal que el eventual aplazamiento acarrearía en la economía nacional.

El retraso que ha sufrido la resolución del acuerdo obedece principalmente al clima político-electoral del vecino del norte, de cara a los comicios prospectados para el martes 3 de noviembre de 2020. Están en juego la presidencia de ese país, 34 senadurías, la totalidad de la Cámara de Representantes (435 espacios) y 13 gubernaturas.

Todas y todos, republicanos y demócratas, buscan aprovechar la coyuntura para sacar los mayores beneficios electorales; por esta razón se han dado los jaloneos entre unos y otros para la introducción de nuevos planteamientos al acuerdo que, meses atrás, parecía tratarse de un asunto finiquitado.

Para México, esta experiencia debe llevar a la reflexión respecto de la necesidad de que el país apueste por la diversificación económica; no son pocas las inconveniencias de mantener la dependencia con un país o con una región. La diversificación de las relaciones comerciales nos permitiría sortear de mejor manera la incertidumbre y los vendavales financieros o económicos.