MORENA acaba de renovar su dirigencia nacional, con un cambio generacional y de género que refleja en mucho la transformación que está viviendo también la vida pública de México.
Sus principales carteras (Presidencia, Secretaría General y Secretaría de Organización, por mencionar sólo tres) quedaron a cargo de dos mujeres y un hombre: Luisa María Alcalde Luján, Carolina Rangel Gracida y Andrés Manuel López Beltrán. Con ello se imprime un sello y se manda un claro mensaje a las y los nuevos electores del país.
Se trata de la dirigencia más joven de todos los partidos que actualmente cuentan con registro oficial.
Esto no significa que exista improvisación o inexperiencia en MORENA.
De hecho, el entreveramiento generacional explica en gran medida el rápido crecimiento político que alcanzó el Movimiento en apenas diez años de vida, período en el que ganó la Presidencia de la República en dos ocasiones consecutivas; la mayoría calificada en ambas Cámaras Federales (le falta sólo un legislador o una legisladora en el Senado); 24 Gubernaturas (solo o en coalición con PVEM y PT, lo que representa el 77 % de la población nacional); la mayoría en 27 Congresos locales; el gobierno de 55 de las 100 principales ciudades del país (14 de ellas, capitales de los Estados), y todo un capital político que ninguna otra organización en el México contemporáneo ha logrado generar.
¿Qué explica este rápido crecimiento? Varios factores. En primer lugar, una nueva característica del sistema electoral: la concurrencia de elecciones locales y federales o la posibilidad de que la ciudadanía pueda votar por los diferentes cargos de elección popular, tanto locales como federales, en los mismos comicios, sobre todo, a partir del cambio del IFE a INE.
Lo anterior constituye un factor fundamental, pues se ha dado pie a que el mismo día se puedan elegir varias autoridades de los tres órdenes de gobierno.
Sólo para la más reciente elección federal, estuvieron en juego 629 cargos: 500 Diputaciones, 128 Senadurías y la Presidencia de la República.
Del mismo modo, a nivel local, se eligieron más de 20,000 puestos de elección popular. De éstos, 1,802 correspondieron a Presidencias Municipales; 1,098, a Legislaturas locales; 1,975, a Sindicaturas; 14,764, a Regidurías, y 431 a cargos auxiliares.
Valga señalar que, merced a una serie de reformas de carácter político, por economía procesal y para reducir los costos de las elecciones y la exposición continua del electorado a las campañas mediáticas y propaganda excesiva de los partidos, se dio paso a la sincronización de la mayoría de las elecciones locales con los comicios federales, ya sea los de carácter intermedio o las llamadas elecciones concurrentes, que justo se celebraron el 2 de junio de este año.
En ese tenor, salvo los supuestos de Entidades federativas como Durango, Tamaulipas, Quintana Roo, Coahuila o Estado de México (en donde se eligió titular del Ejecutivo local en 2022, en el caso de los tres primeros, y en 2023, en los otros dos), las llamadas elecciones intermedias o concurrentes aglutinan el grueso de la actividad electoral para elegir representantes políticos de carácter local o federal.
Lo anterior puede facilitar que una misma expresión política obtenga el mayor número de cargos en disputa, si logra imponer una narrativa nacional y un sentido plebiscitario a la elección.
Esto ocurrió en los comicios de junio pasado, cuando casi 100 millones de mexicanas y mexicanos fueron convocados a ejercer su derecho al voto y estuvieron en juego más de 22 mil cargos de elección popular a nivel municipal, estatal y federal en prácticamente todo el territorio nacional. El sentido plebiscitario lo otorgó el llamado Plan C, mediante el cual se le dio perspectiva nacional al cúmulo de intereses locales que siempre salen a flote en elecciones focalizadas.
Como se señaló en la colaboración anterior, la C de Claudia, de Continuidad con Cambio, de Congresos y de Convalidación de la Cuarta Transformación permitió dar sentido plebiscitario a la elección.
En segundo lugar, en el pasado proceso electoral hubo también un sentido de referéndum con la pregunta ¿que siga la 4T o que regrese el pasado de privilegios y corrupción? Esta sencilla y poderosa narrativa le dio a MORENA una bandera para comunicar la importancia histórica de esos comicios. No era una elección más; era la elección del punto de inflexión en nuestra historia moderna, y esto también lo logró comunicar nuestro Movimiento.
Ese fue un factor trascendental, que ayuda a explicar los resultados del pasado 2 de junio. La legitimidad moral y democrática del actual titular del Ejecutivo pudo más que, entre otros factores, el rancio, repetitivo y gastado discurso de una oposición desdibujada por su alejamiento del pueblo de México.
Las campañas negras y la guerra sucia que igualmente se pusieron en marcha poco pudieron hacer ante los resultados y las obras emblemáticas del primer piso de la Cuarta Transformación.
Por ello, en tercer lugar, no se puede dejar de reconocer el liderazgo político y social del Lic. Andrés Manuel López Obrador en la organización del Movimiento más dominante en el escenario político nacional.
El perfil del Presidente de la República lo ubica como un luchador político incansable, como un férreo defensor de las causas populares y como un gran referente de la justicia social.
Él se forjó al margen de los tradicionales moldes de los que salían los presidentes de la República (el gabinete o las carreras políticas partidistas) y, a ras de suelo, territorialmente, logró levantar un Movimiento Social y Político, que ahora ha resuelto satisfactoriamente su transición interna: traspasar el mando sin divisiones ni escisiones; de la generación del nacimiento y la lucha pública a la generación de la consolidación y la institucionalización de MORENA.
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