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Si bien la deflación puede parecer positiva por traducirse en una bajada de precios, se trata de un fenómeno dañino para una economía: al generar una reducción del gasto y la inversión, también se traduce en un menor crecimiento económico y en menores beneficios para las empresas, lo cual redunda en reducciones de sueldo o incluso en reducciones de plantilla, aumentando el desempleo.

Además, dificulta a ciudadanos y firmas hacer frente a sus deudas.

En China, la economía no se ha recuperado como se esperaba tras los años del ‘cero covid’ y la confianza de los consumidores roza su mínimo histórico, afectada también por una prolongada crisis inmobiliaria que ha supuesto un duro golpe para las familias chinas, que tenían en la vivienda una de sus principales vías de inversión.

Ante esta situación, los hogares chinos, que ya tenían una de las tasas de ahorro más altas del mundo, están optando todavía más por la prudencia en el gasto, lo cual se traduce en un importante frenazo de los datos de demanda y consumo a nivel nacional.

Algunos expertos proponen soluciones como bajadas de tipos de interés, algo que ha querido evitar Pekín hasta ahora porque debilitaría aún más el tipo de cambio del yuan, la divisa nacional, y por no caer en las altas tasas de inflación que han afectado recientemente a las economías occidentales, entre otros factores.

En este entorno, las empresas chinas están viéndose obligadas a buscar mercados en el extranjero, donde pueden mantener su crecimiento y aprovechar márgenes de beneficios más altos, aunque esto se produce en un momento en el que Occidente apuesta cada vez más por el proteccionismo en el marco de sus tensiones con Pekín.

¿CHINA ‘EXPORTA’ DEFLACIÓN?

Esto supone que, al vender a precios más baratos, China esté ‘exportando’ deflación al resto del mundo, según algunos analistas.

No obstante, otros como Alexander Valentin, de Oxford Economics, aseguran que se está “exagerando” este fenómeno, apuntando más hacia las tensiones que pueden generar las bajadas de precios en sectores con apoyo estatal como las tecnologías ‘verdes’ o los vehículos eléctricos.

El experto subraya que estos segmentos suponen solo un 4 % de las exportaciones totales de China, por lo que su efecto en esa ‘exportación’ de deflación sería limitado y que, en cualquier caso, habría sido positivo tras la fuerte inflación en muchas economías tras la pandemia, sugiriendo asimismo una «recuperación» de las cadenas de suministro.

No obstante, Valentin cree que el actual panorama a nivel geopolítico hará que los focos se centren en los temores por una posible dependencia de China en sectores tecnológicos clave, lo que podría llevar a una mayor tensión comercial a medida que Estados Unidos o la Unión Europea (UE) apuestan por la «reducción de riesgos» y por proteger a sus trabajadores industriales.

Sin embargo, en el caso de la UE, el analista cree que los aranceles anunciados a los eléctricos han sido en parte un método para obligar a Pekín a sentarse a negociar. Esta misma semana, el ministro chino de Comercio, Wang Wentao, ha emprendido una gira por Europa para tratar este asunto.

Ayer mismo, la UE y China acordaron «intensificar los esfuerzos» para encontrar una solución antes de que se celebre la votación definitiva sobre los aranceles, con algunos países como España reconsiderando su apoyo después de que Pekín contraatacase con investigaciones sobre las importaciones de cerdo o lácteos de la UE.

Con información de Agencias