Hace seis años atestiguamos un tsunami de 30 millones de votos, pero lo que ocurrió en las urnas el pasado domingo 2 de junio, que llevó a la doctora Claudia Sheinbaum a la Presidencia, con 35.9 millones de sufragios, fue un maremoto electoral.
Este maremoto derriba, ante todo, un sistema de economía política de casi cuatro décadas, así como su correspondiente régimen de partidos y su sistema electoral-legislativo. Queda en pie, aunque bastante maltrecho, el sistema de procuración e impartición de justicia, al que le espera una cirugía mayor.
Los motores de ese maremoto fueron, por un lado, una contienda polarizada en lo ideológico y lo político.
Se planteó con precisión que estaban en disputa dos proyectos y dos visiones de nación: la continuidad y consolidación de la Cuarta Transformación, o bien, el regreso del régimen de privilegios, prebendas y corrupción que benefició a una oligarquía, mientras empobrecía a la mayoría.
Transformación o restauración fue la cuestión que se habría de resolver en las urnas.
No se trataba tan solo de elegir a quienes ocuparían 20 mil cargos de representación popular, se trataba también de tomar una decisión histórica.
Plantear esa disputa como un plebiscito dio a la contienda un arraigo popular y un arrastre ciudadano que no había tenido en otro momento. La gente se involucró como agente activo y vio un sentido trascendental e histórico en su decisión de votar.
El otro motor del maremoto ciudadano fue el voto utilitario, el voto pragmático, lo cual tiene que ver con la situación económica del país al momento de la elección.
Las condiciones de casi pleno empleo, control inflacionario, grandes inversiones por el nearshoring, salarios mínimos en crecimiento, remesas al alza, pensiones de retiro al cien por ciento y programas sociales propiciaron que la microeconomía y la macroeconomía generasen un círculo virtuoso en el bolsillo de las y los mexicanos, como no se veía en décadas.
Seis de cada 10 compatriotas votaron con la cartera o la bolsa del mandado en la mano, y 59 de cada 100 de clase media lo hicieron en el mismo sentido.
El hecho resalta aún más porque la narrativa dominante de la propaganda oficial en las dos elecciones anteriores (en las cuales participó Andrés Manuel López Obrador como candidato) explotó el sentimiento de rechazo a una opción política que —afirmaban— hundiría económicamente a México, pero el ejercicio de gobierno demostró todo lo contrario.
El beneficio económico que representó la 4T para la mayoría de las familias del país fue superior a los riesgos que la oposición intentó implantar en el electorado.
El tercer motor del maremoto fue la propia figura de la candidata Claudia Sheinbaum, quien personificó poderosos mensajes de cambio: ser la Primera Presidenta en la historia del país; cercana al lopezobradorismo, indudablemente, pero también mujer formada en la ciencia y en la Academia, y además con experiencia de gobierno, todo lo cual abre la puerta a una nueva generación política.
Con el apoyo y la participación democrática de la ciudadanía en las elecciones del 2 de junio, MORENA obtuvo la mayoría en ambas Cámaras del Congreso de la Unión, y se ha hecho de la mayoría absoluta en las legislaturas locales y los gobiernos estatales.
Asimismo, con la eventual pérdida del registro del otrora gran partido aglutinante de las fuerzas de izquierda, se posicionó firmemente como el bastión del progresismo y el faro homogéneo de los grupos identificados, directa o indirectamente, con la izquierda.
El maremoto ciudadano ya hizo lo suyo: liberar una gran energía social en el país.
Toca al nuevo gobierno promover las leyes, instituciones y políticas públicas que le den cauce al Segundo Piso de la 4T. Las reformas estructurales conseguirán permear la visión de Estado que estuvo sujeta a escrutinio en los pasados comicios y fue refrendada ampliamente por el electorado.
Pero, al margen de las decisiones o estrategias que pueda seguir el nuevo gobierno, es también un momento valioso para mirar al interior del partido que sirvió de vehículo para impulsar esta plataforma programática e ideológica.
Su clara dominancia en el escenario político nacional reclama de sus integrantes ser más conscientes que nunca para no incurrir en viejas prácticas políticas que pudieran erosionar la estructura partidista desde las mismas bases y comprometer su legitimidad frente al electorado.
Atender los problemas intrapartidarios es igualmente un aspecto que no se debe subestimar, ya que es posible que llegara a convertirse en un riesgo para los resultados de comicios futuros, sobre todo, considerando el carácter de largo plazo de algunos de los objetivos más relevantes de la agenda política de nuestro Movimiento.
Ante el claro mensaje de la ciudadanía en el reciente ejercicio plebiscitario, MORENA debe continuar y afirmar su vocación democrática, la cual marcó sus inicios como movimiento popular. Pese a ser un instituto político muy joven, el pueblo de México ha depositado sus expectativas, sus esperanzas y su plena confianza en sus postulados.
Hay que conducirnos, más que nunca, con plena conciencia de que no incurriremos en los vicios y errores de las organizaciones políticas que representan al viejo régimen del capitalismo de cuates.
No soslayemos el compromiso ético y moral de nuestro Movimiento, que consiste en plantear una lucha permanente para recuperar a plenitud los principios de la fraternidad, la honestidad, la colaboración y el respeto a las diferencias, y que el desempeño de los cargos públicos responda a la necesidad de servir y procurar el bien de todo el pueblo de México.
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