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Por: Rosa Chávez Cárdenas

rosamchavez@hotmail.com

Es alarmante el número de personas desaparecidas en nuestro país. Las cifras muestran una parte de la violencia, el resto de las estadísticas son los homicidios dolosos; los asesinatos se han incrementado de tal manera que las cifras de muertos y desaparecidos se ven como normales hasta que desaparece un miembro en su familia.

La violencia ha llegado a un punto aterrador, los criminales actúan como psicópatas, no presentan sentimiento de culpa. Matan con saña a las víctimas, los decapitan, para desaparecer su rastro los disuelven en ácido, inaudito, los cuelgan en un puente a la vista de todos.

Son tantas las fosas clandestinas, las encuentran en varios estados del país. Los hombres jóvenes se han convertido en el negocio del crimen organizado. No me gusta el término organizado, no están organizados, no se respetan ni entre su propio grupo, las células criminales se han multiplicado, solo ven sus propios intereses.

Tampoco llamarles animales porque hasta ellos respetan la manada. Las cifras son alarmantes, más de 40 mil personas han desaparecido desde que contabilizaron las víctimas, según informes del Comisionado Nacional de Búsqueda de Personas.

Sorprende que el presidente López Obrador, en su austeridad franciscana, no encuentra de donde recortar gastos para cumplir con sus proyectos; contempla una reducción de 68 millones de pesos al presupuesto destinado a la búsqueda de personas desaparecidas. Como miles de familias afectadas, prefiero que invierta en seguridad a que construya la refinería y el tren maya.

El país no puede crear certidumbre y crecimiento económico sin controlar la violencia, uno de los temas prioritarios en cualquier país. El sistema de seguridad requiere de comisiones especiales en todos los Estados del país, además atención a las víctimas. Los que sufrimos el duelo de un familiar desaparecido sabemos de todas las batallas a las que nos enfrentamos, no solo el dolor de la pérdida, se agrega el juicio sumario, sin pensarlo, lastiman con sus comentarios: “es que era narco”.

Otro problema, los años de espera, entre cinco y siete para poder acceder a sus bienes y al seguro de vida por falta de un acta de defunción. Una amiga me comentó que su hijo no pudo continuar en la universidad privada donde estudiaba, cuando secuestraron a su esposo, después de pagar el rescate y no encontrar sus restos.

No fue posible aprovechar el seguro de fallecimiento por carecer del acta de defunción. Entre las crisis de duelo, la pérdida de un familiar es de los más difíciles de resolver. Los padres, hijos, los familiares más cercanos no pierden la esperanza de que un día aparezca. Que diferencia cuando encuentran el cuerpo, llevan a cabo el funeral, viven intensamente el duelo, no les queda de otra que resignarse.

El problema se complica cuando no saben cómo, ni donde desapareció, si fue torturado o lo mantienen retenido. El hermano de una víctima, muy valiente, fue a buscar a su hermano, unas bodegas ocultas en los cerros, parecían campos de concentración, los mantienen retenidos mientras cobran el rescate. Pero que incongruencia tanto que avanzamos en derechos humanos y el materialismo deshumanizó. Los familiares que no aceptan la pérdida permanecen años en negación, tiene la esperanza de que un día su hijo va a tocar su puerta y lo van a poder abrazar.

El duelo atraviesa por varias etapas: el impacto, la etapa de resistencia y el agotamiento. La búsqueda es una lucha interna y externa; no duermen, mal comen, somatizan en enfermedades, la depresión se instala, aunado a los conflictos familiares, unos se unen y otros terminan separados. Cansados de promesas, agotados en la búsqueda, estafados por el sistema que les prometen encontrarlos.

Urge ayuda profesional a víctimas con profesionales: Abogados honestos, Psicólogos expertos, ayudarlos en el proceso de negación, coraje, culpa, miedo, resentimiento, ansiedad y depresión. Nadie estamos blindados contra la violencia, debemos unirnos, organizarnos, atacar la corrupción y exigir al sistema judicial que cumpla su tarea de manera honesta. Aprender y enseñar a manejar los conflictos sin violencia. Atacar el consumismo y la permisividad en la que estamos inmersos.