En las nubes
Carlos Ravelo Galindo, afirma: Sí. Doscientos años de textos leídos y releídos y traducidos de Walt Whitman nacido el 31 de mayo de 1819.
Y de mito biográfico, porque del poeta por excelencia de los Estados Unidos, enseguida se convirtió en un emblema de la libertad política, sexual, artística., condensada en su forma poética por excelencia: el verso libre.
Las ocho ediciones que rescribió en vida de “Hojas de hierba” —su obra maestra— no han cesado de multiplicarse desde el 26 de marzo de 1892, fecha de su muerte.
Ni por un momento ha dejado de ganar lectores su poesía épica y democrática.
Su auto ficción en verso preciso y libérrimo.
Su interpretación de Homero y de Shakespeare para contar la democracia del siglo XIX e imaginar la del futuro.
Su invención de un yo que baila alegre con todas las células que componen los Estados Unidos de América, sin discriminar entre mujeres y hombres, entre blancos y negros, entre burgueses y vagabundos, entre las ciudades y los campos.
Su poesía caminante, ambulatoria, nómada.
Su poética moderna y posmoderna cree tanto en el fragmento como en el todo y es cosmopolita (reconoce a todos “los países contemporáneos”), ecológica (hermana al hombre con la hierba y con el musgo y con las amadas bestias) y tecnológica (surcada por barcos de vapor y por redes telegráficas).
Pero el poeta fue, al mismo tiempo, periodista.
“Entré a trabajar en un periódico semanal, que era también imprenta, para aprender el oficio”, escribió Whitman en “Días ejemplares de América”.
“Después, trabajé en el Long Island Star, el periódico de Alden Spooner”.
Fundó más tarde su propio semanario, The Long-Islander; y fue colaborador en muchos medios y editor jefe de muchos otros también (y librero fugaz, pero ésa es otra historia).
En todas esas tribunas atacó la esclavitud y defendió la igualdad, digno interlocutor de Ralph Waldo Emerson, Paulina Wright Davis y Henry David Thoreau.
Como dice el poeta y traductor Eduardo Moga en el excelente prólogo a su histórica traducción de Hojas de hierba, Whitman abre su léxico al lenguaje arcaico y al técnico, a los barbarismos y a lo coloquial, y también a las malas palabras, sin miedo al excremento ni al sexo ni a la basura ni al semen.
Publicados ambos en el ecuador del siglo XIX, Las flores del mal, de Charles Baudelaire y “Hojas de hierba”, de Walt Whitman, los dos proyectos inaugurales de la poesía moderna, son paralelos y complementarios y kamikazes.
Revientan el clasicismo o, al menos, lo reinventan. Superan la oposición entre lo bueno y lo malo, lo feo y lo bello. Son heterosexuales, homosexuales, bisexuales, poliamorosos.
Transforman en poesía a las ratas y a los borrachos y a las prostitutas. Bajan —en fin— hasta el abismo (de los testículos, del útero, de los bajos fondos, de las fosas fecales, de las fosas abismales) para parir lo nuevo.
Estos doscientos años de poesía y de periodismo lo han sido también de puentes transatlánticos, de mestizaje y de profecía:
“A esta plural identidad americana del futuro, el carácter hispano ha de proporcionarle algunos de sus rasgos más necesarios”, dijo en la conferencia y añadió Moga “El elemento español de nuestra nacionalidad”, en Camden, Nueva Jersey, el 20 de julio de 1883.
La poesía en nuestra lengua se vuelve moderna gracias a dos agentes secretos, a dos infiltrados.
Mientras que el nicaragüense Rubén Darío, que se había inyectado en vena la poesía francesa durante los años previos, viaja a París, se desencuentra con su ídolo Paul Verlaine y entonces sí se volvió angustiosa su influencia.
Pasa por La Habana, Nueva York, Madrid y Buenos Aires, y finalmente se instala en la Ciudad de las Luces.
El cubano José Martí que sobrelleva su exilio en los Estados Unidos de América, el 14 de abril de 1887 asiste a una conferencia de Whitman en el teatro Madison de Nueva York .
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