Rosa Luxemburgo, una teórica clásica del marxismo, afirmaba: “La autocrítica, la crítica cruel e inseparable que va a la raíz misma del mal, es la vida y el aliento para el movimiento proletario”.
Los movimientos sociopolíticos de izquierda no pueden dejar de ejercitar la autocrítica, para evaluar la congruencia de sus acciones con sus concepciones, so pena de incurrir en vicios de poder arraigados en la superestructura, cuya permanencia tiende a entorpecer o nublar la realización de propósitos o metas y, a la postre, cambiar el rumbo original de una lucha legítima.
Abandonar la capacidad de ver el “mal propio” es el equivalente a condenar el esfuerzo y la lucha -incluso de décadas- al fracaso.
Hay ejemplos de ello en la época reciente, tanto en nuestro país como en otras naciones. Entre las contradicciones de lo que más tarde se convertiría en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, encontramos el nacimiento y desarrollo de uno de los teóricos más emblemáticos de lo que hoy se conoce como el marxismo-leninismo.
Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) ha sido uno de los teóricos más prolíficos sobre el análisis del sistema económico capitalista y su posible superación para la conformación de un Estado socialista. Como líder político, al término de la Revolución rusa sentó las bases que permitieron el surgimiento de lo que sería una de las dos potencias más importantes del siglo pasado.
Sin embargo, a pesar de que los postulados y las instrucciones dejados por Lenin para la construcción de un Estado socialista en el cual no hubiera diferencias económicas entre los habitantes, la URSS se convirtió en el reinado de un pequeño grupo que se apostó en el poder.
La intervención de Iósif Stalin en la cúspide del Partido Comunista ruso provocó la acumulación y el ejercicio del poder de manera despótica y dictatorial, y los opositores fueron aniquilados, incluso estando lejos de allí, por ejemplo, Lev Davidovich Bronstein (León Trotsky), opositor de Stalin, fue asesinado en su casa de la Ciudad de México.
La fiereza con que se amasó el poder en la desaparecida URSS provocó su posterior caída y desintegración, no sólo por los problemas políticos que manifestó todo el tiempo, sino también por los inconvenientes culturales y sociales que se gestaron durante más de 50 años, los cuales le impidieron su supervivencia y la hundieron en uno de los mayores fracasos de los cuales se tenga memoria.
En México también tenemos cierta experiencia en la desvirtuación de movimientos sociales legítimos que terminan siendo secuestrados por una minoría, cuyo interés principal fue servirse del poder para consolidar el dominio sobre todo un pueblo.
La Revolución mexicana es uno de los movimientos sociales más importantes y enigmáticos de América Latina. Los sucesos que motivaron su estallido, así como su desarrollo y eventual desenlace, aún en la actualidad siguen inquietando a analistas y personajes de la historia y la política.
Al revisar los sucesos de hace 100 años, se puede advertir -si es que se le puede llamar así-un oportunismo político sui géneris en la reorganización política y jurídica del Estado mexicano al término del conflicto; la hábil intuición del grupo sonorense que se alzó con el triunfo permitió la creación de un partido de Estado, el cual estuvo al frente del Gobierno durante 70 años ininterrumpidos.
Es interesante observar cómo las demandas de reivindicación social ocasionaron una de las hecatombes más importantes de nuestra historia, cuyos planteamientos serían considerados dentro del texto constitucional aún vigente, aunque al final serían relegadas hasta un tercer plano, quedando a merced de la voluntad cuasi omnímoda de una sola figura que, durante seis años, direccionaba el rumbo del país y, al mismo tiempo, fungía como cabeza del principal organismo político, reteniendo el poder mediante la subyugación o eliminación de todo brote de insurgencia que se atreviera a cuestionar el orden establecido.
Hoy estamos en presencia de una situación, quizá de menores proporciones en términos históricos, pero de gran importancia para el futuro inmediato de México.
MORENA nació de la movilización político-social, producto del hartazgo acumulado durante décadas y de la necesidad de un proyecto alternativo de gobierno, que fuera diametralmente distinto a lo atestiguado durante el reinado neoliberal.
Es innegable que fue la fuerza de la gente, de las mujeres y hombres con conciencia, la que permitió el colosal triunfo del 2 de julio de 2018.
El fin de semana pasado se llevó a cabo el proceso de selección de Consejeras y Consejeros Distritales. No se puede percibir orgullo por lo sucedido durante esa jornada: se excluyó a 20 mil aspirantes, de 61 mil inscritos; se registró una inusitada votación relámpago en los 542 centros de recepción, pues se procesaron -según las cifras dadas- dos millones y medio de votos (o sea, 9.6 votos por minuto); lamentablemente, se suscitó la compra e inducción del voto entre personas beneficiarias de programas sociales; participaron funcionarias y funcionarios federales, estatales y municipales como aspirantes a Consejeros, cuando en los estatutos del Partido está expresamente prohibido.
MORENA es un Partido político muy joven, que está manifestando malas prácticas que son características de los viejos dinosaurios políticos. ¿Qué se está gestando en su interior y por qué se permite desde la dirigencia? La autocrítica, como ejercicio de análisis de la propia conducta, debe estar presente en todas y todos los que participamos y contribuimos en la concepción y el alumbramiento del partido; reconocer que lo observado el fin de semana pasado no es la sustancia ni la esencia de lo que se planeó en la conformación del instituto político, permitirá replantear el futuro inmediato.
No hay que olvidar que la ciudadanía que le dio su voto de confianza a MORENA -el cual, en tan sólo unos años, se volvió la primera fuerza política del país- está harta de la corrupción, el amiguismo, el nepotismo y las prácticas abyectas orientadas a la protección de intereses individuales o de grupo.
Si MORENA no quiere desaparecer tan rápido como surgió, debe apegarse a sus valores y principios constitutivos; respetar la voluntad de las bases; actuar en congruencia con su discurso fundacional y alejarse de los vicios o actitudes pérfidas, que suelen estar en el umbral del desencanto generalizado y la caída de los regímenes.
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