RÁFAGA
Primero fue la pandemia y ahora son cuatro diputados locales de la Ciudad de México, los que cancelan uno de los espectáculos más tradicionales y que surgió, en la Nueva España, en los comienzos del Siglo XVI: las corridas de toros.
En marzo del 2020 se interrumpió parcialmente la actividad en la Plaza México, la más grande y más cómoda del mundo. A finales del mes pasado un juez federal ordenó la suspensión de las corridas, novilladas y festejos taurinos.
La fiesta brava, como le llamamos al espectáculo taurino, desde hace años es blanco de ataques, críticas y movimientos anti, bajo el argumento del sacrificio de un animal “indefenso”. También por motivos políticos se han cerrado cosos en el interior de la República Mexicana.
Quienes emprenden acciones contra la tradicional fiesta taurina, desconocen lo que significa para más de 30,000 familias que depende de ella, tanto en las zonas urbanas como en las rurales. Independiente de los ingresos, por impuestos, que reciben la Federación, los gobiernos estatales y municipales.
Este comentario lo enfoco hacia el aspecto histórico. Los cronistas y los historiadores nos aportan datos de dos diferentes eventos. Ambos fundamentados y detallados en su concepción. La primera corrida formal se organizó para festejar el regreso de Hernán Cortés, recién había recibido el título de Marqués del Valle de Oaxaca. Retornaba de Las Hibueras, hoy Honduras.
Era el 24 de junio de 1526, día en que la iglesia católica festeja a San Juan Bautista. Los nobles españoles eran los concurrentes a las fiestas taurinas y en la Nueva España, aunque todavía no gobernaban los virreyes, fue organizada una corrida de siete toros.
Un cronista cita como escenario la Plazuela del Marqués, donde se levantó la Catedral de México; otro escribió que fue en la Plaza del Volador, en el terreno que actualmente ocupa la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Lo cierto es que ambos sitios estaban en torno a la Plaza Mayor, desde 1812 Plaza de la Constitución y años después conocida como “El Zócalo”.
Los historiadores José Muñoz y Domínguez y Nicolás Rangel nos relatan, en sus respectivas crónicas, que también hubo otra “primera” corrida de toros el 13 de agosto 1529. El motivo fue doble. Se recordó el aniversario de la caída de la Gran Tenochtitlán y era la fiesta de San Hipólito, de cuyo templo partió el Paseo del Pendón hasta la Plaza del Volador. El cronista Adiel Armando Bolio, quien en una época narró las corridas de la Plaza México, confirmó los datos antes mencionados.
Celebrada esa corrida, también clasificada como “primera en la historia de la tauromaquia”, quedó establecido “de aquí en adelante, todos los años por honor de la fiesta de San Hipólito se correrán siete toros y de aquellos que se maten, se den dos, por amor a Dios, a los monasterios y a los hospitales”. La mencionada iglesia es la ubicada en Prolongación de Paseo de la Reforma y Avenida Hidalgo, frente a la Alameda Central, en la Capital del País.
Comento que se dijo que Hernán Cortés impulsó la cría de toros de lidia, aprovechando las grandes extensiones de praderas que había. El primer virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza y Pacheco fue testigo del inicio, en 1835, “de la diversión de los conquistadores, calificándola de la fiesta de la nobleza”.
JUÁREZ Y CARRANZA ANTITAURINOS
En su noveno año de presidente, al retornar a la Ciudad de México, de su largo peregrinar por el país y el extranjero, Benito Juárez decretó, el 28 de noviembre de 1867, la suspensión de las corridas de toros en el Distrito Federal, bajo la argumentación de que “no se considerarán entre las diversiones públicas permitidas, las corridas de toros, y por lo mismo, no se podrán dar licencias, ni por los Ayuntamientos, ni por el Gobernador del Distrito Federal, en ningún lugar del mismo”.
En la exposición de motivos del decreto 6169, quedó señalado que la medida presidencial era para evitar el maltrato a los toros y para demostrar los principios culturales de la ciudadanía. El castigo para los amantes de la fiesta brava se extendió a 19 años. En 1886, Porfirio Díaz iniciaba sus más de 30 años en el poder, se reanudaron las corridas de toros en la Capital de la República.
Luego vendría otra veda taurina en la Ciudad de México. Eran los días del movimiento armado de villistas, zapatistas, obregonistas y carrancistas. Los días de lo que se llama Revolución Mexicana. Renunció Porfirio Díaz, hubo presidentes interinos, llegó el usurpador Victoriano Huerta, quien fue lanzado de Palacio Nacional por Venustiano Carranza, apoyado en el Plan de Guadalupe se autonombró Encargado del Poder Ejecutivo y Jefe del Primer Ejército Constitucionalista.
El Varón de Cuatro Ciénegas firmó el decreto para suspender la fiesta brava, las corridas de toros. La disposición entró en vigor el 7 de octubre de 1916 fecha en que se recordaba que 3 años antes el senador chiapaneco Belisario Domínguez fue asesinado. Grupos de taurófilos se organizaron y los domingos, cuando se celebraban las corridas, iban hasta la casa de Carranza y armaban un mitin.
Las protestas fueron en aumento hasta que fue derogado en el decreto, un año después aunque dicen que en 1920, antes de asesinado Carranza (21 de mayo de 1920) se terminaron las manifestaciones frente a la casa del coahuilense, ubicada en Río Lerma, Colonia Cuauhtémoc, convertida en el Museo Casas Venustiano Carranza.
GAONA Y SILVETI, LOS GRANDES
En el antes y en el después de la suspensión impuesta con Carranza, se considera que fue la edad de oro del toreo mexicano y sus representantes máximos, las grandes leyendas en el Toreo de la Condesa, Colonia Roma, donde ahora está una sucursal de El Palacio de Hierro, son dos guanajuatenses nacidos en los finales del Siglo XIX en diferentes poblados de Guanajuato.
Rodolfo Gaona, El Califa de León, El León de los Aldamas, se impuso en los ruedos de México y de España de 1913 a 1918. A los 25 años de edad, después de su temporada de novillero y antes de curtidor de pieles, comenzó a saborear las mieles del triunfo. Dejó como herencia la gaonera con el capote sujeto detrás y con la muleta heredó el pase del centenario. Debutó en 1905 en México y su presentación en Madrid fue en 1908 en la plaza de Tetuán de las Victorias.
El también inolvidable Juan Silveti, El Tigre de Guanajuato, El Meco, El del Mechón Blanco en su cabellera, llegó a este mundo en 1893 y a los 29 años de edad, en 1922, sí hace un siglo, tuvo un rotundo éxito en el mano a mano con El Califa de León. Fue en el coso de La Condesa, ese mismo escenario que aparece en la película de “Cantinflas”, Sangre y Arena.
“El Meco” a sus tres toros les hizo tales faenas que el público que abarrotaba los tendidos, los palcos y los balcones, le otorgó como premio seis orejas y tres rabos. Hasta donde he leído y visto como aficionado a la fiesta brava, nadie ha logrado esa hazaña. Si Usted tiene otros datos, compártalos con nosotros.
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