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Nuestro país está siendo sacudido por una terrible y lamentable escalada de violencia en contra de las mujeres, lo cual se ha expresado en las constantes desapariciones y feminicidios en territorio nacional.

Los delitos y las violencias en contra de las mujeres, que ocurren a diario, evidencian el machismo, la misoginia, la falta de valores y la insensibilidad de quienes cometen estos actos, así como de la sociedad que los normaliza, situación totalmente alarmante, que nos obliga a pensar seriamente hacia dónde nos estamos dirigiendo como nación.

Las mujeres, de manera injusta y cruel, han sufrido a lo largo de varios siglos la pesada losa de la desigualdad y la discriminación en todo el mundo, incluyendo por supuesto a México. La marginación y el atraso en aspectos de suma relevancia, como la representación política, han sido una constante y, en pleno siglo XXI, este tipo de situaciones se siguen reproduciendo en diferentes espacios de la vida pública.

Existen grupos o núcleos familiares en los cuales las mujeres tienen que lidiar con condicionantes que van orientando su existencia hacia cierto “deber ser”, asociado culturalmente con ellas; los así llamados “roles de género” se imponen en la educación y formación iniciales, dejando a las mujeres en muchos sentidos en desventajas claras con respecto a los hombres.

Estas condicionantes culturales han devenido en muchos casos en todo un espectro de discriminación y marginación que hace a las mujeres más vulnerables a diversos tipos de delitos, entre los que se pueden encontrar desde el acoso hasta los feminicidios. Si no se apuesta por una efectiva igualdad de oportunidades, la sociedad mexicana seguirá conviviendo con este tipo de vejaciones, normalizando situaciones de abuso verbal, psicológico, físico, etcétera.

Las violencias que se ejercen a diario en contra de mujeres, adolescentes y niñas, lastimosamente, son cometidas con frecuencia por las personas de sus círculos sociales más cercanos o inmediatos, como hermanos, primos, tíos, e incluso padres y abuelos. En el caso de los feminicidios, es una constante encontrar que los perpetradores han sido las parejas sentimentales de las agredidas, pero desde luego nada de esto es privativo de allegados a las mujeres víctimas de tales delitos.

Desgraciadamente, en las estructuras sociales, económicas y culturales de nuestro país se siguen reproduciendo prácticas vejatorias que restringen el libre desarrollo de las mujeres, para quienes abrirse paso entre la ideología machista implica romper un techo de cristal que inhibe su desarrollo y favorece inequidades estructurales, como la dependencia económica. 

Asimismo, en muchas relaciones de pareja persisten las micro violencias, los micro machismos, los cuales no es extraño que, a medida que la relación avanza, se vuelvan cada vez más frecuentes y graves: celos, invasión a la intimidad en dispositivos electrónicos, agresiones verbales, físicas, amenazas, intentos de feminicidio y su concreción.

Estas manifestaciones sociales ominosas tienen que ser erradicadas mediante herramientas proporcionadas tanto por la sociedad en su conjunto como por el Estado mexicano, a través de políticas de gobierno de largo alcance, enfocadas en el respeto a la dignidad y la vida de las mujeres en una relación emocional y en todo aspecto de la vida pública y privada.

En la actualidad, las mujeres siguen siendo consideradas como un grupo vulnerable. Los índices de agresiones, desapariciones y feminicidios se han disparado en los últimos meses, lo cual evidencia la falta de eficacia de las políticas públicas de los tres órdenes de gobierno en este tema.

Tal como se puede constatar, no hay garantías de seguridad en el ámbito privado para las mujeres, pero tampoco las hay en el ámbito común, y ellas deben seguir haciendo uso del espacio público sin sentirse seguras, pues en todo momento pueden ser víctimas de algún tipo de violencia. Habrá que reconocer que el Estado mexicano ha fallado en garantizar el respeto a su integridad física y emocional.

A causa de la violencia feminicida, pareciera que el mero hecho de ser mujer en nuestro país constituye en sí mismo una tragedia. Esta situación se ha agravado hasta hacerse insostenible. La persistente crisis de valores, la tolerancia y reproducción de conductas machistas y misóginas, la parsimonia de la justicia mexicana y el creciente individualismo que caracterizan a las sociedades modernas —pero que en nuestro país se descontrolaron— están pasando la factura.

La descomposición social es evidente, y casos como el reciente feminicidio de la estudiante de Derecho Debanhi Escobar son una aciaga muestra más de la necesidad de forzar un cambio de rumbo en nuestro país.

Mientras no haya transformaciones culturales profundas que involucren a la sociedad en su totalidad, la incidencia de las acciones y medidas gubernamentales se verá limitada; de ahí la pertinencia de retomar la etiología para trazar nuevas estrategias, como ha sugerido el Gobierno de la 4T desde su declaración de principios y plataforma de acción política. 

ricardomonreala@yahoo.com.mx

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA