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Ráfaga

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Introducirme en la biografía de uno de los más reconocidos artistas mexicanos, puso al descubierto datos que no conocía y creo que muchos de Ustedes, estimados visitantes de este diario digital, también los ignoraban.

Lo hemos aplaudido al terminar su actuación en una obra teatral. Lo hemos admirado al interpretar múltiples personajes del cine. Lo hemos escuchado con suma atención en sus presentaciones, como declamador, en radio. La televisión es otro escenario donde ha hecho historia.

Sí, me estoy refiriendo a un hombre de gran personalidad y de una sencillez que pocos tienen. Amable, complaciente, educado y culto. A sus 97 años de edad sigue con ansias de estar sobre el tablado de un teatro. Su nombre artístico tiene una historia. Él es Don Ignacio López Tarso. Nació un 15 de enero, en una casa de la calle Moctezuma, cerca de la Basílica de Guadalupe, en la hoy alcaldía Gustavo A. Madero, al norte de la Ciudad de México.

Después de un largo recorrido de su vida, el laureado actor decidió estudiar teatro y su primer maestro fue nada menos que Xavier Villaurrutia, quien vio en su futuro alumno a un actor con facultades para triunfar. “¿Cómo dices que te llamas?”, interrogó el dramaturgo y el joven contestó, “Ignacio López López”. El comentario fue “con ese nombre, no triunfarás”. Desconcertado, Ignacio lo pensó y como admirador de Pablo de Tarso, un apóstol romano, adoptó el “Tarso” como segundo apellido. Lo usa legal y artísticamente.

SU PAPÁ, EMPLEADO DE CORREOS

En el modesto hogar de un empleado de Correos de México, don Ignacio López Bermúdez y doña Ignacia López Herrera, en la Villa de Guadalupe, disfrutaron su niñez sus hijos Ignacio, Alfonso y Martha. Por el trabajo del jefe de la Familia, recorrieron Hermosillo, Navojoa, San Luis Potosí y el Barrio de Analco en Guadalajara. En una secundaria de Valle de Bravo, Estado de México, estuvo inscrito.

Nunca imaginó el hoy afamado actor López Tarso que en su vida se habría de repetir el recorrer muchas ciudades y pueblos de la República, donde sería muy bien recibido, conquistando el aplauso en los teatros donde se presentaba. Tampoco en su niñez pensó que su verdadera vocación sería la de artista de teatro, cine, radio y televisión, como lo descubriremos en los siguientes párrafos.

NI SACERDOTE NI MILITAR

La Familia López López tenía escasos recursos y eso provocó que Ignacio no pudiera seguir estudiando, ni en las escuelas públicas. Terminó la secundaria. Un sacerdote de Valle de Bravo sugirió al matrimonio que lo llevaran a un Seminario católico, donde podría continuar los estudios, sin problema. Primero estuvo en el Seminario Conciliar de Temascalcingo, Edomex, y después en el Seminario Conciliar de México, en Tlalpan.

Ciertamente mucho le sirvió pasar una breve temporada en esos dos lugares. El hábito de la lectura se incrementó, sobre todo los libros relacionados con la comedia, el teatro histórico y legendario, los dramas clásicos. Pero, no era el camino que desea seguir. Declaró no tener vocación sacerdotal.  

Tenía 20 años de edad, comenzaba a aplicarse que los mayores de 18 deberían cumplir un año con el Servicio Militar Nacional, implantado durante la Segunda Guerra Mundial. El joven López López estuvo un año en un cuartel de Querétaro. Al concluir el ordenamiento militar, alcanzó el grado de Sargento Primero. Un General le comentó que “tenía madera para ser militar” y lo ayudó a ingresar al H. Colegio Militar. Pronto el muchacho manifestó “mi vocación no es la de ser militar”. Terminaba una aventura más.

ABONERO Y BRACERO

En verdad que es muy atractiva e interesante la biografía de López Tarso, desde antes de usar el segundo apellido. Regresó a la Ciudad de México. Ya tenía unos 22 o 23 años. Consiguió empleo en la fábrica de ropa de mezclilla. Entró como vendedor de esas prendas. Era el tiempo en que existían “los aboneros”. Vendedores que visitaban domicilios, vecindades habitacionales, talleres. Ofrecían la ropa en pagos semanales y “abrían la cuenta” en una tarjeta de cartoncillo para anotar los pagos.

En esa nueva ocupación andaba nuestro personaje, cuando varios de sus amigos “lo encamparon” para que se fueran a trabajar a los campos de California. A cosechar uvas y naranjas. A ganar muchos dólares. Obtuvieron su tarjeta de trabajador migratorio que expedía, cubriendo determinados requisitos, la Secretaría de Gobernación.  El convenio México-EUA se denominó “Mexican Farm Labor Program”. Así surgieron “los braceros”, les llamaron así porque su trabajo era, principalmente, con los brazos. El convenio comenzó en 1942 y veinte años después, concluyó.

En esos rudos trabajos, Ignacio se lastimó la columna vertebral y la cadera. Estuvo a punto de quedar paralítico. Un tanto recuperado viajó en tren, ferrocarril. “En lugar de regresar cargado de dólares, regresé cargado de dolores”, dicen que recordó muchos años después. Por la lesión estuvo en reposo y tratamiento médico durante un año.

IBA POR EL AUTÓGRAFO, PERO…

En el relato biográfico que leí, supe que Ignacio López López a los 9 años de edad por primera vez entró a una carpa-teatro, en compañía de su papá y su mamá. El pequeño se impactó, cuentan, que ya sentados en sus sillas, vio que apagaron las luces y se abrieron unas cortinas. Puso mucha atención al desarrollo de la obra y al terminar los actores, se encendieron las luces. Los aplausos del público también le quedaron en su mente.

Entrar en contacto con ese ambiente creció en Ignacio, al ser incluido en un grupo de jóvenes para interpretar una obra. Fue en sus días de seminarista y sintió que estaba en el comienzo de su verdadera vocación. Leyó las obras de Xavier Villaurrutia y “le entró en la cabeza” la idea de buscarlo para pedirle su autógrafo. Sabía que iba a encontrarlo en Bellas Artes (INBA) y hacia ese lugar dirigió sus pasos, sin saber lo que le esperaba.

Al terminar de impartir su clase, en una sala del tercer piso del Palacio de Bellas Artes, se sorprendió el maestro Villaurrutia y manifestó su admiración por el joven que deseaba conocerlo y pedirle le autografiara uno de los libros escritos por el dramaturgo. A sus 24 años de edad, Ignacio empezó como “oyente” en las clases del citado maestro. Después sería alumno permanente.

LOS MAESTROS QUE TUVO

Estoy a 73 años del comienzo de una vida ejemplar, tenaz, persistente, sencilla, discreta y humana de Ignacio López Tarso. Hizo su debut, teatral, profesional en 1951 con la obra de Garson Kanin titulada “Nacida Ayer” que un año antes fue filmada en Hollywood e hicieron en 1993 nueva versión cinematográfica. Antes de ello, dirigido por el excelente maestro Xavier Rojas (a quien conocí como director de la escuela de teatro del Instituto Nacional de la Juventud Mexicana), López Tarso se presentó en funciones que tuvieron escenario improvisado en calles, plazas, parques, mercados. Eso lo conectó directamente con las personas y de ahí que él haya manifestado que su trabajo tenía tres finalidades: entretener al público, hacer pensar al espectador y una enseñanza provechosa para todos.

López Tarso diariamente aumentó su cultura. Apasionado de la lectura. Apasionado de dominar el escenario. Apasionado como actor en el set cinematográfico, en el estudio radiofónico, en el trato con el público asistente al teatro. Todo se acrecentó al lado de quienes fueron sus maestros, conozca a esa pléyade al morir Villaurrutia, el primero fue Salvador Novo y después: Clementina Otero, Celestino Gorostiza, André Moreau, Seki Sano y Fernando Wagner.

CINE, TEATRO, TV Y RADIO

Ignacio López Tarso, el actor mexicano más longevo, lleva filmadas 53 películas. En la televisión ha intervenido en telenovelas, programas y series. Ha actuado en 31 obras teatrales y en una serie con temas históricos de La Conquista, en Radio Educación, además de ser extraodinario lector en voz alta y declamador.

Su primera aparición cinematográfica fue en la película “La Desconocida”. Lo recuerdo en las cintas como La Vida Inútil de Pito Pérez con Lilia Prado; Cri Cri, con Marga López; Juana Gallo, al lado de María Félix, además de Macario, El Hombre de Papel.

Nacho López Tarso se paró en un escenario y se recorrió la cortina, para su debut de actor teatral, en 1953. Tuvo el papel principal en la obra La Celestina, de Fernando de Rojas. Una de sus últimas apariciones fue en la obra “Aeroplanos”, en el Teatro Libanés, en octubre de 2014; estuvo más de un año en la cartelera. A la develación de la placa por las primeras 100 representaciones asistieron los esposos Christian Magnani (Martell) y Miguel Alemán Velasco, así como otro veterano del espectáculo, Xavier López Rodríguez, “Chabelo”, que en febrero llegará a sus 87 años.

Y… ¡FUE DIPUTADO!

Entre los premios, reconocimientos, homenajes y diplomas, Don Ignacio López Tarso, está el Premio Nacional de Ciencias y Artes que le fue otorgado en 2015, el Mejor Actor en 1972 por su actuación en la película Rosa Blanca y en 2007 le otorgaron un Premio por su Trayectoria Profesional.

Pero nadie es perfecto. ¿Qué creen?, el laureado Nacho, entre 1988 y 1991, fue diputado federal, representando a los habitantes del 8o. Distrito de la Capital Mexicana.  

jherrerav@live.com.mx