Por: Ricardo Monreal Avila
Durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial ocurrió un fenómeno que motivó en gran medida la participación de la población civil, sobre todo de hombres jóvenes y de mediana edad, en los conflictos armados que azotaron dos veces el continente europeo: el enaltecimiento de la identidad nacional y el origen racial permitieron la construcción de un “nosotros” en el discurso político empleado por los líderes de las potencias involucradas en ambas guerras.
En el caso del nacionalsocialismo alemán, la postura hitleriana en torno a la supremacía de la raza aria contribuyó a la sobre ideologización y al dogmatismo, que ganaron territorio durante el desarrollo del conflicto iniciado en 1939. Asimismo, la radicalización de tales posturas hizo posible la concepción y ejecución de la denominada “solución final.
El fenómeno de los nacionalismos exacerbados da pie a la construcción de discursos racistas que forman parte de plataformas políticas que buscan crear programas en los que las diferencias raciales juegan un papel importante para la segregación de los sectores alejados del tipo ideal construido por quienes detentan el poder.
Las consecuencias previsibles de tales acciones son: discriminación, violación sistemática de derechos fundamentales, genocidio, así como tratos crueles, humillantes o degradantes.
La historia de nuestro país registra un fenómeno similar: los puestos clave de la administración del Virreinato de la Nueva España eran ocupados sólo por los nacidos en la Península; los oriundos de suelo novohispano eran considerados inferiores, y ni qué decir de los sectores ubicados en la base de la pirámide social, los que por su condición racial fueron relegados a posiciones de esclavismo y servidumbre.
La construcción de las identidades excluyentes es un proceso inherente al desarrollo de las sociedades en su conjunto. La construcción de la identidad se da con base en el reconocimiento del otro. El contacto cotidiano permite generar los procesos para la construcción de una identidad cultural a partir de costumbres, lenguaje, credo religioso, posición socioeconómica y otros factores inherentes a los grupos sociales de un espacio geográfico.
La migración es un fenómeno social que se ha reproducido en el desarrollo de la humanidad. Los flujos migratorios son, por antonomasia, promotores de la diversidad y de la generación de nuevas identidades por los cambios culturales presenciados en los territorios receptores de población migrante.
El fenómeno migratorio adquirió otras vertientes a nivel global durante el siglo XX, principalmente por la alta industrialización en diversos países, los cuales se volvieron polos de atracción que, al mismo tiempo, necesitaban mano de obra barata, indispensable en los procesos de producción masiva; una gran cantidad de población migró de las zonas periféricas hacia las grandes urbes, lo cual no se limitó a la movilización interna de los países industrializados, sino que propició migraciones intercontinentales.
Estados Unidos es, quizá, el mayor ejemplo de este fenómeno. A inicios del siglo XX se propició una migración considerable de personas provenientes de diversos países europeos, lo que de manera importante permitió que esa nación se convirtiera de una de que cuentan con mayor multiculturalidad a escala mundial.
México y los países de Centroamérica no fueron inmunes a la atracción ejercida por la economía más importante del continente, y hacia finales del siglo pasado y a inicios de éste, expulsaron una gran cantidad de población, la cual ingresó de manera ilegal a suelo estadounidense, en busca de mejores condiciones de vida.
A pesar de que en la actualidad los países que se asumen como democráticos enarbolan conceptos como igualdad, tolerancia, respeto, inclusión y otros, el presidente estadounidense emplea de manera constante un discurso hostil, en cuya retórica se encuentra inmerso un reacio nacionalismo que busca generar, entre sus posibles electores del año entrante, un sentido de identidad a partir, no de una cultura compartida, sino de la laceración de intereses económicos en los cuales la Unión Americana ha sido golpeada, según la percepción del mandatario.
Esa particular construcción del “nosotros” empleada por el presidente Trump justifica el manejo de su política exterior y económica, en la que se privilegia el paternalismo del Estado norteamericano en las relaciones comerciales internacionales; paradoja inusitada, dado que el proteccionismo fue objeto de denostación por parte de un país que otrora fue promotor a ultranza del libre mercado.
El otro matiz de ese discurso ha estado direccionado a promover políticas antimigrantes, con todas las consecuencias que pudiera ocasionar, usando como pretexto la seguridad de su país; no hace mucho, conocimos la condición en la que se encontraron menores de edad separados arbitrariamente de sus padres y madres en la línea fronteriza.
A pesar de que en días recientes se alcanzó un acuerdo para evitar una guerra comercial entre México y EUA —amenaza aún latente—, el presidente Trump insiste en señalar a nuestro país como el principal responsable de los males de su propia nación, y ha declarado que México, incluso, robó parte de su industria automotriz, lo cual es falso.
Este discurso causa gran incomodidad inclusive entre sus correligionarios republicanos, quienes han declarado que México es un socio comercial clave en la economía norteamericana.
La construcción de un discurso tal puede propiciar situaciones de discriminación y racismo, dado que criminaliza abiertamente el fenómeno migratorio, al grado de satanizar el legítimo desplazamiento de las personas en su deseo por mejorar sus condiciones de vida.
Sin embargo, como efecto colateral, también está propiciando unidad entre diversos sectores de la sociedad mexicana, una identidad que no depende de colores partidistas o intereses políticos, sino de hacer frente como país a una amenaza externa que busca desestabilizar la seguridad nacional.
El “nosotros”, en nuestro país, apela al diálogo, a la fraternidad, al respeto, a la inclusión y nunca a la segregación o a la descalificación para satisfacer intereses particulares, pues, según se desprende del artículo 89 constitucional, México siempre se sujetará a los principios de no intervención, respeto a la soberanía y libre autodeterminación de los pueblos, la cooperación y la paz para el desarrollo, así como a la obligación de reconocer, respetar y garantizar los derechos humanos.
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