La unidad económica europea nació tras un paulatino proceso de acercamiento que comenzó en la segunda mitad del siglo pasado. Su advenimiento coincidió con una mayor expansión del mercado a nivel internacional y constituyó una estrategia económica de los países del Viejo Continente para hacer frente a la hegemonía comercial de Estados Unidos y de los países asiáticos, principalmente de China.
En lo que va del siglo XXI, la Unión Europea se ha posicionado como un ente económico competitivo, aunque para ello debieron sucederse intensas labores diplomáticas entre los países miembros.
Por otro lado, no han sido pocas las vicisitudes que han puesto a prueba el proyecto continental, como la grave situación en que se vio envuelta la comunidad ante la crisis griega en 2009, que después se transformaría en la crisis de la deuda europea.
La existencia de una unidad comercial europea trajo beneficios para los países pertenecientes al bloque, sobre todo en la cuestión arancelaria, lo cual le ha permitido competir con los dos más grandes mercados del globo: el chino y el estadounidense.
El presidente Andrés Manuel López Obrador propuso en la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), celebrada en la Ciudad de México en días recientes, la creación de un bloque a nivel continental semejante a la Unión Europea, de cuyo ejemplo se pueden extraer importantes lecciones. Con la peculiaridad de que en la propuesta del jefe de Estado mexicano se incluye la participación de las dos potencias norteamericanas: Estados Unidos y Canadá.
La propuesta de unificación comercial del continente no es una novedad. En América Latina se han presentado o enunciado diversas propuestas, sobre todo durante el Siglo XIX, en los momentos inmediatos al desarrollo y consumación de la independencia de los nacientes Estados que se emanciparon de la Corona española.
Quienes participaron en los diferentes procesos de independencia buscaron la unidad latinoamericana a partir de rasgos culturales e identitarios compartidos (lengua, religión y similitudes étnicas, entre otros). Se pensó en formar un bloque lo suficientemente fuerte para evitar los eventuales intentos de intervención o agresión por parte de las potencias consolidadas en ese momento.
En Venezuela, Francisco Miranda fue uno de los primeros personajes que pensó en un proyecto de unificación en el continente. En 1790 hablaba de una América Meridional unida e independiente. En 1801 presentó un bosquejo de gobierno provisorio en el que manifestó el propósito de establecer una asamblea hemisférica denominada Dieta Imperial, cuya tarea sería promulgar legislación que tuviera vigencia para lo que él identificó como la federación americana.
Vicente Rocafuerte, ecuatoriano, manifestó que durante los años en que confluyeron las luchas por la emancipación de la metrópoli española existió una época en la que todas las personas en el cono sur se trataban con fraternidad, en alianza por una causa en común, que era la independencia de los respectivos territorios, y que en los instantes de la lucha no existía una distinción a partir del lugar de procedencia.
Paradójicamente, una de las causas de la debilitación de las mutuas simpatías y, en consecuencia, de la región fue la división en diferentes nacionalidades.
Ricaurte Soler, filósofo panameño, desarrolló la “idea nacional hispanoamericana”, concepto fundado en el cambio identitario experimentado por muchos criollos que abandonaron su sentido de pertenencia al reino español. El surgimiento de una conciencia americana distinta de la manifestada por los peninsulares se sintetizó en la pretensión de edificar una “patria criolla”.
Uno de los líderes del movimiento juntista de Chile en 1810, Juan Martínez de Rozas, propuso la “unión de las Américas” y la idea de convocar a un Congreso para establecer una defensa general. En Buenos Aires, Mario Moreno se manifestó a favor de la creación de una especie de sistema federativo para la América española; de acuerdo con él, la unión de todas las provincias impondría respeto a cualquiera que intentara amedrentar el triunfo de las diversas independencias, de lo contrario, el aislamiento y la división sólo haría a las naciones recién nacidas una presa fácil.
Los esfuerzos por tener una América unificada no fueron los menos. No obstante, el Libertador de América, Simón Bolívar, fue quien llevó la propuesta mucho más lejos. En la Carta de Jamaica de 1815 hizo patente su pretensión de mantener unida a la América Meridional y de convocar a un Congreso Continental en Panamá, para unificar a la región y abordar intereses en común, como el comercio, la paz y la guerra, no entre las Repúblicas o territorios que conformaran el bloque, sino hacia el exterior.
En el marco de la VI Cumbre de la CELAC, el presidente mexicano ha resucitado aquella propuesta. Hablar de unificación en la actualidad resulta pertinente, dados los resultados que la aplicación del modelo económico neoliberal produjo en la región. Por tanto, las posturas de la actual administración no son proteccionistas o autárquicas, sino que se centran en las reivindicaciones del sueño bolivariano por lograr la unidad regional.
La aplicación del modelo neoliberal en Latinoamérica desembocó en una especie de pseudocolonialismo, el cual se acentuó por las diferentes presiones que la globalización económica ha ejercido sobre los Estados periféricos. La evidencia de ello se observa en la eficacia de los Tratados económicos; no existe la diversificación de los mercados, al contrario, es clara la concentración dirigida hacia los polos “naturales”. México tiene un gran número de acuerdos económicos firmados con diferentes países y, sin embargo, el 80 por ciento de su intercambio lo hace con Estados Unidos.
La apelación a la unificación regional realizada por el jefe del Estado mexicano no carece de seriedad histórico-política. Al contrario, responde a la necesidad de fortalecer los vínculos entre los hermanos países latinoamericanos y de contar con mayores beneficios comerciales y económicos, en el marco de un bloque regional.
El presidente AMLO mencionó también la participación de Estados Unidos y Canadá, propuesta que toma en cuenta el hecho de que la comunidad latinoamericana ya es la primera minoría en nuestro vecino del norte, y que en el segundo lo será con el tiempo.
La intervención del mandatario mexicano en la CELAC tiene tintes históricos; podríamos estar frente a un auténtico hito continental: la conformación de un bloque geográfico y económico para procurar el libre tránsito de bienes, objetos e incluso personas, que podría erigirse como la principal potencia comercial en el escenario global.
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