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El 13 de agosto de 1521, después de una serie de encuentros bélicos, finalmente fue tomado el señorío predominante en aquel momento en Mesoamérica.

La ciudad de Tenochtitlan, símbolo de la hegemonía mexica del valle central prehispánico, entregó el poder a las fuerzas expedicionarias hispanas dirigidas por Hernán Cortés, cuyo triunfo fue alimentado por eventos coyunturales, como la animadversión de algunos pueblos de la zona central de lo que ahora es México, que estaban bajo el yugo de Moctezuma Xocoyotzin y decidieron hacer alianza con los transatlánticos; asimismo, el brote de viruela, enfermedad inexistente en esta parte del mundo, descendió con los hombres de Cortés para causar estragos en la población prehispánica.

Muchos análisis históricos se han desarrollado en relación con el proceso de conquista que se vivió en todo el territorio mesoamericano y, en general, en el resto del continente, el cual fue sometido mayormente al yugo de la Corona española.

No se puede negar la naturaleza eminentemente violenta de este proceso, como tampoco sus repercusiones trascendentales en todo tipo de ámbitos: sociales, políticos, económicos, religiosos, culturales o educativos, entre otros.

La justificación o legitimidad que los monarcas españoles buscaron para apropiarse de los territorios americanos provino del ámbito religioso, el cual, al mismo tiempo influía en el aspecto político de la época. El Papa León X expidió la bula Alias Felicis en abril de 1521, mediante la cual se encomendaba a la Corona española la misión evangelizadora en las tierras que recién conocían; con ello, se concedió autoridad eclesiástica para que la monarquía pudiera internarse y someter a los pueblos originarios de este lado del mundo. También se presentó la Santa Inquisición, para ayudar a desterrar cualquier vestigio de tradiciones politeístas originarias.

La imposición del castellano como lengua predominante en los territorios mesoamericanos dio pie también a una serie de cambios culturales importantes; después de todo, los aspectos ontológicos fundamentales necesariamente pasan por el carácter simbólico del lenguaje y las claves de su interpretación.

Las primeras formas del capitalismo mercantil irrumpieron para comenzar a generar un mercado interno en la Colonia, que después comenzó a expandirse hacia el exterior. En función de ajustes estratégicos y económicos, poco antes del inicio de la lucha por la independencia, la metrópoli decidió que sólo con ella el Virreinato de la Nueva España podía negociar o comerciar, lo que detuvo drásticamente el crecimiento de la posesión ultramarina.

El choque entre las dos culturas tuvo también consecuencias inesperadas en todos los ámbitos del sistema sociedad; los procesos que aún ahora influyen en la vida cotidiana de las mexicanas y los mexicanos no pueden ser reducidos a un mero sincretismo cultural.

La cuestión es mucho más compleja. Guillermo Bonfil Batalla, antropólogo mexicano, dio cuenta en su obra “México profundo” de lo ocurrido durante tres siglos de dominación y lo que ello desencadenó en la vida, sobre todo de quienes experimentaron una subyugación en términos simbólicos.

El fenómeno de la “apropiación cultural” descrito por Bonfil Batalla tiene lugar en el momento en que, de manera violenta, se tratan de imponer elementos simbólicos de una cultura en particular sobre otra, mediante la dominación.

Ello provoca que la población sometida al proceso de apropiación comience a resignificar algunos de los elementos simbólicos implicados, para después decidir sobre su uso y dotarlos de nuevos sentidos, los cuales no aparecían en primera instancia o tenían un uso distinto en la cultura de origen.

En nuestro país, tal proceso fue evidente y, por tanto, no es de extrañar que los nuevos templos del culto cristiano de Occidente se erigieran sobre los antiguos santuarios dedicados a diferentes deidades del panteón mesoamericano, y también explica el porqué, por ejemplo, muchos de los feligreses que cada año se dirigen en peregrinación a la Basílica de Guadalupe, al norte de la Ciudad de México, identifican el lugar como un espacio de veneración dedicado a la diosa Guadalupe Tonantzin.

En México existen elementos simbólicos que se transformaron al paso del tiempo debido a estos procesos de apropiación cultural que devinieron con el suceso de la conquista.

El –paradójicamente- vivaz culto a las personas difuntas, que llama tanto la atención a nivel internacional y que ha sido objeto de estudios antropológicos, etnológicos y sociológicos, es uno de los ejemplos más claros de cómo se resignificaron los elementos del cristianismo europeo para integrarse a las creencias precolombinas, dando como resultado una de las fiestas más emblemáticas de la cultura nacional.

De manera interesante, se puede afirmar que ese proceso aún no ha terminado. Los fenómenos culturales, al estar en constante movimiento, propician la creación, significación, resignificación y uso de diversos elementos simbólicos que se intercambian de una sociedad a otra, quizá ya no con la violencia que implicó el proceso iniciado con la conquista, pero sí acelerado por el fenómeno de la globalización y el crecimiento exponencial del mercado, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo pasado.

Hace 500 años fue tomada Tenochtitlan. Hace medio milenio que se inició un proceso cultural complejo, que ha hecho de nuestro país un caleidoscopio social, caracterizado por la multietnicidad y la multiculturalidad que lo dotan de rasgos distintivos en todos los ámbitos posibles.

Entender las distintas fases del proceso histórico de la nación mexicana ayudará a comprender las múltiples posibilidades de desarrollo.

A 500 años de la conquista se ha podido consolidar la noción de Patria o Estado-Nación; léase, las raíces afines, los rasgos identitarios comunes, la aceptación generalizada de distintas formas de mexicanidad, nuestra posición comunitaria frente al mundo y nuestra soberanía nacional.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA