En la memoria política de nuestro país aún está presente una de las prácticas más socorridas por el viejo régimen que ostentó el poder político durante la mayor parte del siglo pasado, la cual atendía a la continuidad en el rumbo del gobierno y, mediante ella, se aseguraba la supervivencia de la clase política dominante, tanto en las esferas clave de la administración pública como al interior del partido hegemónico; se trata del llamado “dedazo”.
En la Roma imperial, cuando los gladiadores se enfrentaban en la arena y alguno era vencido, existía una costumbre por parte de los emperadores, que ha sido documentada, en la que la suerte del perdedor se decidía por el pulgar del gobernante: hacia arriba, se concedía la gracia de la supervivencia, y hacia abajo, su sentencia de muerte era ejecutada de manera inmediata.
En México, durante setenta años, el dedo cuasi imperial del presidente en turno decidió la suerte del país. “El tapado”, como se le conocía a quien era elegido como el sucesor, comúnmente provenía del círculo cercano del mandatario, quien mantenía en secreto la identidad del escogido, y la revelaba unos meses antes del inicio formal de las campañas partidistas con miras a las elecciones.
La sucesión presidencial era, en efecto, un momento de gran expectación no sólo para la cúpula del régimen, sino para el país en general, ya que, al darse el anuncio oficial, automáticamente había certidumbre respecto a quien sería el siguiente habitante de Los Pinos.
“El dedazo” evidenciaba el carácter omnímodo de la Presidencia de la República, lo que mermaba aún más los ánimos democráticos en el país, pues esa práctica carecía de legalidad y legitimidad, puesto que se ignoraba la voluntad del auténtico soberano: el pueblo.
Por ello, al iniciar cada nuevo sexenio y para ganarse el favor de la gente, el presidente entrante solía buscar figuras que se ajustaran al arquetipo conocido como “chivo expiatorio”, echando mano de la mala reputación que pudiera acompañar a la figura en cuestión. El encarcelamiento de estos personajes buscaba proveer de legitimidad al régimen, eclipsando de paso el desaseo del proceso electoral.
El régimen de la segunda mitad del siglo pasado implementó y perfeccionó estas prácticas antidemocráticas, a tal grado que las oportunidades reales de cambio fueron minúsculas durante largo tiempo. La oposición simplemente no tenía manera de competir, ya que todo el aparato estatal estaba orientado a perpetuar el poder para una cúpula bien definida, cuyo dominio político incluyó alianzas con el poder económico.
Las luchas políticas en el país se volcaron a tratar de poner en jaque a un sistema diseñado para mantener el poder a toda costa, pues incluso durante el periodo de la llamada “alternancia”, del año 2000 al 2012, se implementaron los mismos mecanismos para asegurar la permanencia en la cumbre del poder político, lo mismo que en el sexenio posterior.
Todas esas prácticas antidemocráticas fueron minando la confianza social en el gobierno y sus instituciones, lo cual dificultó que a finales del sexenio anterior volvieran a ser puestos en marcha el dedazo o la dinámica del “tapado”, para tratar de definir el rumbo del país por otros seis años. Así, la continuidad del régimen no fue apoyada por la ciudadanía y se dio el histórico paso a la transformación.
En estos momentos, a poco más de tres años de que culmine la actual administración, en los medios de comunicación, entre analistas de política y periodistas, se habla ya de las posibles personas elegidas para la próxima sucesión presidencial, aunque hoy ya no hay condiciones para retomar los vicios antidemocráticos del pasado.
Para el gobierno de la 4T resulta indispensable allanar el camino para garantizar un proceso totalmente democrático al interior de sus filas, auspiciando la libertad de quienes busquen lograr la candidatura presidencial.
Queda claro que la consolidación de la transformación que se busca lograr en el país no será posible si se resucitan viejas prácticas autoritarias de tiempos anteriores, sobre todo, cuando en la actualidad existe una sociedad mucho más informada, crítica, participativa y atenta a los sucesos de interés público o general, y considerando los propios ideales democráticos que enarbola el movimiento de la 4T.
El presidente Andrés Manuel López Obrador ha mencionado los nombres de mujeres y hombres -integrantes de su gabinete, en su mayoría- que podrían perfilarse para construir una plataforma electoral con vistas a los comicios presidenciales de 2024.
No obstante, aún es muy pronto para pensar en el tema de la sucesión, ya que todavía resta la segunda mitad del actual sexenio, y habrá que entregar cada vez mejores cuentas a la ciudadanía, la cual, en última instancia, podrá refrendar los postulados de la 4T, con base en los buenos resultados.
Como integrante fundador del partido mayoritario, militante y aliado histórico de lo que representa la 4T, llegado el momento, apelaré al legítimo derecho de participar en la contienda electoral interna rumbo a la sucesión presidencial, con la firme consigna de respetar las reglas del proceso y anteponer ante todo la vocación democrática.
La elección presidencial de 2024 será una gran oportunidad para la consolidación de la 4T; lejos deben quedar las prácticas antidemocráticas, los fantasmas de la división, las disputas y los conflictos intestinos que han conseguido desgastar incluso a los más avasalladores proyectos políticos del pasado.
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