Por: Ricardo Monreal Avila
El domingo 8 de marzo de 2020, fecha en que se conmemora el Día Internacional de la Mujer, nuestro país vivió una expresión sin precedentes; como nunca antes, se hicieron escuchar las voces que buscan lograr la igualdad entre mujeres y hombres en México.
Congregadas en el Monumento a la Revolución, miles de mujeres —80,000, de acuerdo con estimaciones del gobierno de la Ciudad de México— partieron rumbo al Zócalo capitalino, no sólo con el objeto de conmemorar su día, sino para demandar de manera abierta y contundente lo que, hasta la fecha, la sociedad y el Estado mexicano les sigue adeudando: igualdad y respeto.
La gruesa columna morada con algunos retoques en verde armonizaba con los árboles de jacarandas de la Avenida Juárez. Madres, hijas, tías, hermanas, primas, amigas de mujeres asesinadas en nuestro país —muchos de cuyos feminicidios, desgraciadamente, siguen aún impunes— gritaron consignas para recordar el compromiso que debe ser refrendando por el Estado mexicano: “¡Justicia, justicia, justicia!”; “No fue homicidio, fue feminicidio”.
Mujeres de todas las edades acudieron al llamado: sin lugar a dudas, una muestra de la enorme batalla cívica que estamos presenciando. No es la igualdad de derechos políticos lo que prevalece en el discurso de la actual movilización femenina, se trata de la demanda de condiciones específicas para la seguridad de las mujeres, ante la creciente ola de feminicidios que ha azotado al país en los últimos años.
Las agresiones a las mujeres son una constante. La violencia que padecen se presenta desde los círculos más próximos de socialización, dentro de la familia —se sabe que buena parte de las violaciones en contra de niñas y mujeres son perpetradas por hermanos, padres, tíos, primos— y se extiende hacia el ámbito académico y laboral.
La lucha por lograr el respeto y la igualdad sustancial, así como el cese a la cultura de imposición y dominio patriarcal recorre todo el territorio nacional. El machismo encuentra en el feminicidio el colofón de una serie de prácticas de violencia sistemática, diseñada y articulada para someter la voluntad femenina. Este sometimiento limitó considerablemente la participación de las mujeres en la vida pública de nuestro país, y circunscribió su papel al ámbito de la labor doméstica imponiendo, por ejemplo, la crianza de las y los hijos como una cuestión inherente a la naturaleza femenil.
El mensaje de la multitudinaria marcha del domingo pasado es claro: ya basta. La sociedad mexicana en su conjunto debe y tiene que procurarse la modificación en sus formas de reproducción simbólica, y replantear ciertos tipos de educación tradicional, que hasta el momento perviven en el seno de muchas familias y comunidades.
El 8 de marzo del 2020 será recordado en el futuro inmediato y a largo plazo como un parteaguas en la cultura y en la sociedad mexicanas.
Al día siguiente de la marcha, el 9 de marzo, las mujeres fueron convocadas a sumarse al paro “Un día sin mujeres”, cuyo propósito fue incentivar la consciencia acerca de la importancia de la presencia femenina en México.
Miles de mujeres se sumaron a la convocatoria; oficinas, escuelas, centros comerciales suspendieron parcial o totalmente sus actividades. Las calles de la capital y del país lucieron vacías; en el transporte público y en los centros laborales se apreció la casi exclusiva presencia masculina.
Desde los círculos académicos y los colectivos feministas se solicitó utilizar el día no para descansar, como si se tratara de un asueto laboral, sino para propiciar la reflexión acerca de la imperante necesidad que hay en el país de frenar la violencia en contra de las mujeres y de garantizar su pleno desarrollo en cualquier ámbito de la vida cotidiana; promoviendo a través de todas las instituciones del Estado mexicano la igualdad de oportunidades, sin distinción de género.
Asimismo, se tiene que caminar por la vía de la transformación cultural de nuestro país, aboliendo el sistema patriarcal que, en sus formas más extremas, menosprecia la vida y la dignidad de las mujeres en una sociedad sin escrúpulos que ha normalizado la violencia y que manifiesta, ante hechos recurrentes y lamentables, insensibilidad y poca capacidad de indignación.
¿Qué podemos esperar después de tan emblemáticos días? Más conciencia y mayor ahínco en la lucha legítima de las mujeres. El gobierno federal ha sido muy enfático y ha emprendido acciones igualmente sin precedentes que en administraciones anteriores, eran impensables; entre éstas resaltan las órdenes de aprehensión giradas en contra de tratantes de personas a inicios de este mes, cuyas principales víctimas eran mujeres de entre 12 y 16 años, y el congelamiento de cuentas bancarias con montos conjuntos de 52 millones pesos, relacionadas con personas inmiscuidas en esta red que operaba en la capital de nuestro país y en el estado de Tlaxcala.
El reconocimiento de los derechos de las mujeres y la conquista de la igualdad sustancial es inminente. Corresponde al Estado mexicano asimilar y contribuir para satisfacer las legítimas demandas vertidas desde hace tiempo en este sentido.
A las y los gobernados nos toca hacer conciencia, promover la cultura del reconocimiento, respeto y protección de los derechos humanos, principalmente los de las niñas y las mujeres, e impulsar la reflexión y las acciones necesarias para poner fin a la violencia en todos los ámbitos, procurando que escenarios semejantes no se reproduzcan en el futuro.
ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA