Ráfaga
(33 Generales Divisionarios fueron Presidentes de México).
–“Vamos al décimo piso, a ver a Kawage”.
–“Pedimos que nos den chamba, ¿qué te parece”?
–“No perdemos nada, seremos reporteros”.
Era la mañana del lunes 19 de noviembre de 1956. Estábamos terminando de tomar café en el Tíbet Ham. Planta baja del edificio ubicado en Avenida Juárez 64, frente a la Alameda Central. Éramos estudiantes universitarios, iniciados en el periodismo e íbamos en busca de la profesionalización.
Rafael Díaz de León y un servidor, después de ese breve diálogo, entramos al edificio San Antonio y en el elevador hasta el piso 10, donde estaba la oficina de Carlos Amador, dueño, fundador y director de la Revista Teleguía. En la siguiente puerta se leía el nombre de Ernesto Julio Teissier, columnista político del diario Novedades. Al fondo, el despacho de don Alfredo Kawage Ramia, propietario y director general del diario Zócalo, y en la oficina de enfrente nos recibió un hombre alto, malencarado, que resultó ser el Jefe de Información, don Enrique Vázquez Herrera.
La pregunta obligada: ¿Dónde han trabajado? La respuesta inmediata de Rafael: “Escribo una columna en el Atisbos, de Capistrán Garza”. Yo contesté: “En la Revista La Hora de México, del profesor Raúl I. Simancas”.
Nuestro interlocutor se nos quedó mirado y añadió: “Los pongo a prueba, ahorita les doy sus órdenes de trabajo y por la tarde, a más tardar a las cinco, en Pino 577 está la Redacción”. Talleres y Redacción estaban en el mismo local, junto a una cantina de “mala muerte” y por las noches, en la puerta, una viejita hacia sopes y quesadillas.
Vázquez Herrera, de quien me haría muy amigo, me mandó a reportear las noticias del sector educativo, magisterial y universitario. A Díaz de León, no recuerdo, pero después fue encargado de la Sección de Sociales. ¡Ah!, pero el sábado 24 era el clásico Poli Universidad, en el Estadio de CU. Pedimos permiso para asistir e increíble, nos lo concedieron o sea equivalía a nuestro día de descanso. Perdieron los Pumas del “Tapatío” Méndez frente a los Burros Blancos dirigidos por Uriel González. 27 a 7, el marcador.
DON ALFREDO, EXCELENTE MAESTRO
En los años cincuenta el diario Zócalo impactaba entre el populacho y tenía penetración en el medio político. Sin proponérselo don Alfredo Kawage Ramia, un extraodinario editorialista, su diario fue una escuela práctica para decenas de reporteros diaristas. A finales de 1956 ingresaron los hermanos Carlos y Roberto Cuevas Paralizábal, Aurelio García Oliveros, Miguel Ángel Pérez Toledo, Frumencio S. Alcalá. Ya estaban Juan de Dios Garza García, Abel Tirado López, Leobardo Juárez Urrutia, Rafael Romero Sánchez, “El Gallego”, e hizo sus pininos Carlos Ortiz Tejeda junto con Martín Reyes Vayssade, entre otros.
Don Alfredo era una persona muy especial. Violento. Corajudo. A veces mal hablado. Pero muy humano. Ponía y quitaba directores de la edición. Cuando algo le disgustaba llegaba a la Redacción y decían los colegas, ¡luego, luego!, al primero que pase frente a él lo hace Jefe de Información!”. Una de esas veces fui yo, el nombrado. Apenas cumplía 20 años de edad y la distinción era muy satisfactoria.
Para 1958, precisamente el 4 de noviembre, se anuncia la aparición del Diario de la Tarde, vespertino del diario Novedades, y Díaz de León decidió ser de los reporteros fundadores; duré 15 días en ese diario, donde conocí a periodistas como Rodolfo “El Negro” Dorantes, Arturo Sotomayor, Elvira Vargas, Fernando Benítez y a don Fernando Canales, éste último directivo administrativo.
Buenas experiencias tuvimos el grupo de jóvenes, en el diario Zócalo, que cubrimos informaciones importantes: el temblor del 28 de julio de 1957 y en ese mismo año la muerte del ídolo Pedro Infante. En el primero de los asuntos ocurrió que, como don Alfredo tenía problemas con los líderes sindicales electricistas, no se reanudó el servicio de energía en 72 horas en los talleres de Pino 577. Tres días no circuló el diario.
Por lo del fatal accidente en que murió el multifacético sinaloense, del lunes 15 al jueves 18 de abril, Semana Santa de 1957, no descansamos más que lo indispensable. Los tirajes del diario fueron históricos, casi 50,000 ejemplares por día.
Una mañana Kawage Ramia invitó al grupo para colaborar en la columna que él creó, Plumas Jóvenes, abordando temas de actualidad y comentando los mismos. A mí me autorizó publicar diario la columna Estudiantina.
MI DOCTORADO EN LA PRENSA
En agosto del 58 por problemas sindicales, los trabajadores de talleres demandaron a la empresa y se declaró la huelga. Nos tocó meses atrás otra huelga por sanciones aplicadas a personal de talleres, porque en una edición dominical cambiaron la “cabeza” de un artículo relacionado con la inauguración de cursos en la UNAM. “La Universidad de México, Universidad de Alhajados”, cuando el original era “La Universidad Nacional, Esperanza de México”.
El caso es que terminó mi estancia como reportero diarista en el periódico de titulares muy espectaculares, como aquel de “La Señorita Janet, Cedió en la Madre”, referente al ciclón que azotó durante varios días. Otros: cuando murió el líder soviético: “Papá Stalin Colgó el Tenis” y “Camión Cayó al Canal. Los Pasajeros Hicieron Gárgaras de Fuchi”.
En la última semana de agosto de ese 58, me encontré con mi colega Mario Luis González Marqués, del diario La Prensa. Tomamos café en el Tíbet Ham. Iba a cubrir la información de una marcha encabezada por el expresidente Lázaro Cárdenas. Recorrerían la Avenida Juárez, Madero y a la Plaza de la Constitución. Mario Luis me preguntó que si ya tenía alguna propuesta de trabajo y al contestar negativamente, me dijo “En la Redacción nada más hay una suplente (Arely Hernán), vente con nosotros”.
Salimos del café y cuadras más adelante nos encontramos con Armando González Tejeda, conocido en el medio como “El Bolchevo” y Mario Luis le comentó: “Armando, te presento a Jorge, otra víctima de Kawage. Necesitamos suplentes.”. El adusto Armando ni volteó a verme y le contestó: “Que se presente el lunes, a las nueve”. Seguimos entre los manifestantes. “El Tata” Cárdenas fue obligado a hablar y subió al toldo de un coche y pronunció su discurso.
Terminó el evento y, como hacía mucho calor, nos fuimos a la histórica y ya desaparecida cantina “El Nivel”, en el costado norte de Palacio Nacional. Tomamos una cerveza y el Jefe de Información de la Prensa, El Bolchevo, se dirigió a Mario Luis y le dijo: “Dile que se presente mañana”.
Viernes 29 de agosto de 1958. Antes de las nueve de la mañana estaba en el quinto piso del edificio de Basilio Vadillo 40. Salí del elevador y dirigí mis pasos hacia el escritorio donde estaba don Armando. Saludé. Volteó, indicándome que esperara. Mi emoción era mayúscula. Entraba a un diario de primera línea. El de mayor circulación en el Valle de México. De alta penetración popular. Diario que se vendía directamente, no tenía suscripciones. Mi sueldo, ¡treinta pesos diarios!
Ese día, por la mañana, se celebró una asamblea de la Sociedad Cooperativa Editora de Periódicos La Prensa. Uno de los ayudantes de Redacción me indicó que máquina podía utilizar. Redacté mis notas y las llevé al director, don Roberto Ramírez Cárdenas. El Jefe de Redacción, Rogelio Rivera Sauceda, me dio la bienvenida cuando entré a su despacho para saludarlo.
Mi primera semana de trabajo y el domingo 7 “perdí” la noticia de que los universitarios de la Facultad de Derecho habían devuelto los autobuses que secuestraron a raíz del atropellamiento de mi gran amigo Alfredo Bonfil Pinto, todavía no usaba la V de Vladimir, su segundo nombre. Pensé que me iban a despedir, no a dar las gracias. Diosito estaba conmigo, porque no pasó nada y supe que el secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, agradeció “que no les hicieran el juego a esos estudiantes”.
Me dí cuenta que me faltaba mucho para considerarme un buen reportero diarista. Decidí prepararme y llegar a destacar en el periodismo mexicano. Corté mis estudios en la Facultad de Derecho, cuando iba a iniciar el tercer año. Volví a las aulas en 1971, aguijoneado por otro excelente amigo Gustavo Carvajal Moreno, jefe de Prensa del rector de la UNAM Pablo González Casanova.
Casi veinte años estuve en La Prensa. Mi añorado maestro Manuel Buendía al asumir la dirección del diario, me asignó a la “fuente” policíaca, junto con Félix Fuentes Medina. Ambos posteriormente fueron padrinos de dos de mis hijas. Los años en la tarea reporteril, considero que me dieron “el doctorado”. Siete años y medio fungí como Jefe de Información, el de mayor duración en el cargo en toda historia del tabloide.
En mi carrera reporteril conté con los consejos profesionales y la amistad de Renato Leduc, Fernando Marcos, Pedro “El Mago” Septién, Julio Scherer García, Jacobo Zabludowsky, así con la amistad de mi querida compañera Magdalena Mondragón, de la brillante reportera Noemí Atamoros, Sarita Moirón y Olga Moreno, con quienes compartí la cobertura de muchas noticias.
Nunca imagen que sería parte del diarismo digital, en el cual me inicie hace más de diez años, en el portal Con Clase (conclaseweb.com) de mi fraternal amigo y colega Miguel Ángel Rivera Paz y a invitación de otro excelente amigo y colega, Javier López González, entré a las páginas de la Revista Fundamentos –en Xalapa, Veracruz– y al diario digital del mismo nombre, donde recibo las atenciones de Alfredo Valenzuela López y de Liliana Miranda. En Los Ángeles, California, gracias a mi amigo y colega Francisco Mendoza, me encuentran en su portal con la liga laeducacion.us
jherrerav@live.com.mx