Por Ricardo Monreal Avila
El Medio Oriente ha sido históricamente una región de suma relevancia; recuérdese, por ejemplo, que en esa zona se ubicaron las ciudades más antiguas y se iniciaron las primeras civilizaciones. Al término de la Segunda Guerra Mundial se vivió allí otra etapa álgida, cuando las potencias vencedoras decidieron apoyar el restablecimiento de la nación israelí en la primavera de 1948.
A inicios de 2020 se ha vuelto a tensar la situación en esta región, debido a las acciones emprendidas por el gobierno de Estados Unidos de América: por órdenes del presidente Donald Trump se ultimó al general iraní Qassem Soleimani, hombre de gran importancia en el organigrama político y militar de esa nación. Y, en respuesta, la Guardia Revolucionaria Islámica Iraní atacó con misiles la base militar estadounidense de Al Asad en Irak, la instalación bélica más grande de Estados Unidos en ese país.
A juicio de analistas, las acciones del gobierno estadounidense a inicios del 2020 están claramente orientadas a incidir en el proceso electoral presidencial de este año; de acuerdo con esta perspectiva, los republicanos estarían apelando a estrategias bélicas para despertar el sentimiento nacionalista de la ciudadanía, y así asegurar el voto de grandes sectores de la población.
Algunas voces, las menos optimistas, señalaron que estas acciones representaban el anuncio de una Tercera Guerra Mundial; sin embargo, todo parece apuntar —más aún, luego del mensaje que dirigió el día de ayer el presidente Trump a la nación— a que el conflicto no escalará hasta esos niveles; sin embargo, quizá sí estaría en puerta la inauguración de una nueva etapa de la Guerra Fría, semejante al que se vivió a partir de la década de los sesenta del siglo pasado y hasta la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en el último decenio del siglo XX.
Ante tal situación, el papel de nuestro país podría ser de vital importancia, por su ubicación geográfica. No se debe olvidar que, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, y una vez iniciadas las indagatorias para determinar por dónde ingresaron quienes perpetraron los ataques, hubo una línea que apuntó a que su cruce ilegal se llevó a cabo por la frontera norte de México; se sabría tiempo después que habían cruzado de manera legal por Canadá.
México, por congruencia con sus principios de política exterior, está obligado a adoptar una posición neutral y pacifista ante el conflicto que se está desarrollando; en días anteriores, el gobierno de nuestro país, por medio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, hizo un llamado a los gobiernos de Estados Unidos de América y de Irán para que ambos privilegien el diálogo antes que el uso de la fuerza para resolver el estado de cosas.
La actual administración federal es consciente de lo tenso de la situación, por lo que la conducción mesurada de sus posturas de política exterior es importante no sólo para mantener las relaciones diplomáticas con los países en conflicto, sino también para garantizar la paz al interior de nuestro país.
¿Qué pudiera pasar si el gobierno federal se declarara abiertamente en favor de la posición de cualquiera de las partes en conflicto? De entrada, si se adopta una posición proestadounidense, nuestro país quedaría vulnerable a las acciones de los grupos extremistas islámicos, para muchos de los cuales México es un territorio poroso o una especie de trampolín para atacar al vecino del norte, ya sea en el propio territorio de éste o en instalaciones estratégicas que se encuentren en suelo mexicano.
Por otro lado, si se optara por apoyar a Irán, nuestro país quedaría a merced de las presiones del gobierno estadounidense. Ya en el pasado hemos sido testigos del hostigamiento hacia México, sobre todo en materia económica.
Por tanto, la neutralidad y la vocación pacifistas en la conducción de la política exterior garantizarán, en buena medida, un clima óptimo para sobrellevar de buena manera las relaciones con los países que se encuentran en conflicto.
Aunque el ataque estadounidense de Bagdad estuvo precedido por un intento de asalto a su Embajada por parte de simpatizantes proiraníes, la respuesta de Estados Unidos ante este hecho fue considerada como “desproporcionada” e “irresponsable” por la mayoría de los órganos de observación diplomática de la región y de Europa, pues se abrió un proceso de escalamiento en el conflicto en Medio Oriente, que no se veía desde la guerra con Irak en 2003.
Apostar por la solución pacífica de las controversias no sólo evitaría el regreso a un clima de tensión semejante al de la Guerra Fría del siglo pasado, sino que además despejaría el negro panorama en las relaciones comerciales y aliviaría la inminente inestabilidad económica en los países árabes, en Europa y en Estados Unidos, lo que se traduciría, a su vez, en un golpe negativo para prácticamente todas las economías del mundo.
Ante este problema, México ha seguido una ruta no injerencista y a favor del diálogo entre las partes en conflicto. La posibilidad de pedir al Consejo de Seguridad de la ONU que intervenga en el conflicto y se busque una salida eminentemente diplomática puede afirmar nuestro carácter neutral y en pro del diálogo para lograr la paz.
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