Por: Ricardo Monreal Avila
El año 2020 será recordado en México y en el mundo como el de la parálisis económica.
La crisis de salud pública que se desató a finales de 2019 ha alcanzado proporciones insospechadas para el planeta entero, cobrando no sólo vidas humanas, sino, además, hundiendo al sistema económico y financiero a lo largo del globo en una de las peores crisis de las que se tenga memoria en la historia reciente.
No obstante, aunque las vidas humanas que se han perdido en México y el mundo son de proporciones mucho menos catastróficas de las provocadas hace cien años por la gripe española, los costos económicos que vamos a enfrentar y que ya se vislumbran auguran una serie de retos titánicos, no sólo para recuperar el dinamismo económico, sino para procurar un bienestar social mínimo para todas las familias mexicanas.
Sin embargo, este proceso de recuperación no puede en forma alguna ser responsabilidad única del gobierno: debe consistir en un esfuerzo conjunto de parte de todos los sectores.
Infortunadamente, al finalizar la crisis sanitaria tendremos niveles de pobreza más agudos, situaciones preocupantes de desempleo y un gran agujero en los índices de crecimiento y desarrollo económico.
Nadie vaticinó la catástrofe que el mundo enfrentaría al iniciar este año; de hecho, la prospectiva era de un año próspero, sin enfermedades ni guerras, con niveles de pobreza y pobreza extrema controlados y, en el caso particular de nuestro país, con la llegada de la 4T, con amplias expectativas de cumplir la misión de mejorar la calidad de vida de las familias mexicanas.
No obstante, sí hubo quienes estaban a la espera de un escenario como el que hoy nos aqueja, como la empresa canadiense de monitoreo de infecciones BlueDot, que anticipó el brote de Coronavirus y su rápida propagación por todo el mundo, predicción que se cumplió, afectando la vida de cada habitante del planeta.
¿Qué se puede llevar a cabo en el convulso escenario económico que hoy enfrentamos? De entrada, resulta importante que toda la población siga puntualmente las indicaciones de las autoridades sanitarias; debemos mantener el distanciamiento social, lavarnos bien las manos y usar el cubrebocas o el protector facial, para propiciar las condiciones óptimas que permitan el regreso seguro a las actividades económicas.
Es un hecho comprobado que no se puede volver a la vida cotidiana anterior sin que ello implique un aumento en el número de contagios y, por ende, sin que se observen incrementos en el número de los decesos. Hay conciencia de la desesperación que causa el confinamiento, sin embargo, mientras haya una mayor responsabilidad individual en beneficio de la comunidad, tendremos la oportunidad de recuperarnos más rápido en los diferentes ámbitos.
Por lo que ve a la iniciativa privada, el gobierno ha sido conciente desde un inicio de la relevancia de sus actividades y convocó a las y los dueños de los grandes capitales a unir voluntades para fortalecer la economía del país. Al día de hoy, se necesita de la inversión tanto pública como privada, de la inyección de recursos a diferentes áreas estratégicas de México, para ayudar a reactivar la economía y generar fuentes de empleo.
Evidentemente, no es plausible regresar al esquema anterior de sueldos precarios para las y los empleados, y ganancias desproporcionadas para quienes los emplean; todo en su justa medida.
El fortalecimiento de los salarios, en términos reales, será un factor de importancia para combatir los altos niveles de inflación que se pudieran presentar, y para propiciar el consumo dentro del mercado interno.
En un escenario ideal e ilusorio, para el gobierno resultaría pertinente que el año 2020 fuera considerado como perdido, en términos tributarios o de recaudación fiscal, lo cual podría ser retomado por las corporaciones bancarias. No cobrar los impuestos del ejercicio fiscal correspondiente (principalmente el ISR), así como eximir a los deudores de la banca del pago de los intereses de los créditos devengados en el mismo periodo sería un excelente estímulo para propiciar la reactivación económica, incentivando las actividades productivas y la labor empresarial, al tiempo de cuidar las finanzas de las familias y su capacidad económica para adquirir productos de primera necesidad, así como manufacturas tanto nacionales como extranjeras.
Ciertamente, el boquete fiscal sería de proporciones monumentales y se verían comprometidos los presupuestos, proyectos y programas de los diferentes órdenes de gobierno, sin embargo, insistir en la exacción conduciría, de manera irremediable, al mismo derrotero: los índices de crecimiento económico serían negativos de cualquier modo; aunque la forma de sortear esos índices negativos por parte de la ciudadanía sería más optimista.
El piélago de dificultades tendría que ser sorteado con endeudamiento, remesas, empresas productivas del Estado, impuestos de menor impacto y otro tipo de contribuciones, como los derechos y aprovechamientos; sin embargo, bien valdría la pena el sacrificio, ya que a la postre se podrían esperar grandes beneficios y rendimientos para todas y todos, que es lo que finalmente persigue esta administración federal.
Igualmente, podría haber flexibilidad para recuperar el tiempo muerto causado por la crisis sanitaria. El ciclo escolar podría repetirse, con la salvedad de no reprobar a ningún alumno o alumna. Asimismo, las deudas públicas de este año se podrían condonar (aquellas cuyos montos sean decorosos), y los contratos civiles, mercantiles, administrativos, comerciales o financieros suscritos este año pudieran pasar en automático al 2021.
Pero de vuelta a la realidad, lo cierto es que este año ya está perdido; con siete meses y medio avanzados sobre el calendario, es sensato comprender que ya no se puede hacer mucho, excepto tomar las medidas necesarias para preparar la reconstrucción económica, y visualizar los posibles escenarios de recuperación del tejido social, en tanto la vacuna para combatir la infección y los efectos del SARS-Cov-2 no esté lista para su aplicación en seres humanos.
Para arribar a lo anterior, resulta necesario que las medidas de confinamiento y de distanciamiento social sigan vigentes, pues se debe evitar a toda costa una escalada en los decesos y, sobre todo, el colapso del sistema de salud en nuestro país.
El 2020 nos está demostrando la fragilidad de la salud en un mundo cuyos avances tecnológicos no tienen precedentes; nos está enseñando la importancia de tener buenos hábitos de higiene personal y de contar con un sistema de salud sólido y profesional.
Este periodo nos debe enseñar además a tener paciencia, a planear estratégicamente los futuros deseados y a mantener en orden nuestras metas y prioridades.
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