Por: Ricardo Monreal Avila
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA
Hace 209 años, nuestro país era un virreinato que llevaba a cuestas casi tres siglos de dominación; periodo durante el cual muchos de los aspectos políticos, económicos y sociales estuvieron supeditados a las decisiones de la Corona.
La Casa de los Borbones procuró, hacia finales del siglo XVIII, establecer una serie de reformas de carácter fiscal que limitaron el crecimiento económico de la Nueva España y que fueron pensadas para concentrar el poder en la metrópoli; así pues, la mayor parte de las exportaciones de oro y de plata fueron enviadas a España, y sirvieron para financiar las guerras, la expansión económica y el esplendor de la Península.
Cuando estalló la guerra de Independencia, la madrugada del 16 de septiembre de 1810, había entre las clases medias y las élites criollas la consciencia de buscar establecer condiciones de igualdad con los peninsulares dentro de la administración virreinal. En un principio, se discutió entre algunos círculos conspiratorios la posibilidad de conquistar la autonomía respecto de la metrópoli, lo cual preocupó a los defensores del statu quo que, durante casi trescientos años, había permanecido intacto.
La guerra comenzó estrepitosamente cuando la junta conspiratoria de Querétaro fue descubierta; Hidalgo, en la inercia de las circunstancias, decidió involucrar a las bases de la pirámide social novohispana, con lo que el movimiento pasó de ser una revolución de intelectuales a un conflicto masivo.
La lucha se extendió a lo largo de once años, durante los cuales se calcula que murieron entre 250,000 y 500,000 personas. Al final del periodo, con la firma de los Tratados de Córdoba, en agosto de 1821, se erigió un nuevo Estado, el cual enfrentó desde sus comienzos graves problemas políticos y económicos: las arcas estaban prácticamente en la ruina. La consolidación de la nación mexicana no se logró sino hasta 46 años después, con la restauración de la República, bajo el mando de Benito Juárez, en 1867.
Hoy, nuestro país enfrenta un neocolonialismo económico que ha influido consistentemente en la política interior y exterior a lo largo de los años. La dependencia casi absoluta del mercado norteamericano ha sido acaso el elemento más característico de la economía mexicana, y ello se debe a que nuestro comercio exterior está vinculado en un 80 por ciento con el vecino país del norte, aun cuando hayamos suscrito más tratados de libre comercio con otros países.
Hoy, México lucha por lograr la independencia de los poderes económicos, los cuales durante mucho tiempo impusieron su voluntad a costa del bien común, para satisfacer sus intereses, con la complacencia de gobiernos neoliberales que permitieron el ascenso y la preservación de una élite política y económica durante más de 30 años, la cual se dedicó a engrosar sus bolsillos, permitiendo con ello el empobrecimiento de gran parte de la sociedad mexicana, y condenando al atraso y a la marginación a las personas más necesitadas, lo que alentó la descomposición del tejido social, cuyas aciagas consecuencias sufre hoy toda la población, con la intensificación de la violencia y la inseguridad.
México está luchando por librarse no del dominio de un imperio, sino del sistema más dañino y capaz de corroer a las instituciones desde sus cimientos: la corrupción. Enfrentamos el reto de erradicar las malas prácticas auspiciadas en nuestro país desde la época posrevolucionaria del siglo XX, las cuales se agudizaron con la llegada de los gobiernos neoliberales. Clientelismo, compadrazgo, nepotismo, amiguismo y otros lastres que se volvieron inherentes al servicio público nacional alimentaron la ambición de diversos personajes de las cúspides políticas y económicas, potenciando el círculo vicioso al amparo de la impunidad.
Hace 209 años se pretendía seguir alimentando los excesos de la metrópoli con cargo a los recursos y al trabajo de la población de la Nueva España; hoy existe la misma pretensión por parte de quienes por largo tiempo se beneficiaron con el funesto régimen de corrupción e impunidad. Sin embargo, no debemos dejar escapar la posibilidad de emanciparnos de esos vicios y malas prácticas, mediante el establecimiento de un nuevo orden moral dentro del servicio público en México, bajo el imperio de la honestidad y la pervivencia del Estado de derecho.
Por ello, una de las premisas fundamentales de la Cuarta Transformación pasa por la lucha para lograr la igualdad de oportunidades para todos los sectores sociales; las personas de más bajos recursos deben encontrar en el Estado mexicano la certeza jurídica e institucional que ampare su desarrollo personal y colectivo, e impulse la conformación de un país más justo, equitativo, democrático e incluyente. Esto es por lo que las mexicanas y los mexicanos luchamos; esto es lo que la gran mayoría queremos y por lo que trabajaremos cotidianamente hasta lograrlo.
Han sido tan oscuros los pasajes en el pasado inmediato, que no pocas personas pudieron haberse cuestionado la utilidad o trascendencia del movimiento de Independencia. Afortunadamente, estamos frente a un cambio de era; por supuesto que nosotros y las generaciones posteriores podemos sentir orgullo de aquella lucha. Fue un auténtico logro que sirvió para dar a luz a una gran nación, para que hoy contáramos con un referente histórico, moral y político en el cual reflejarnos, contrastarnos y medirnos.
En la actualidad enfrentamos problemas muy serios. Nadie en su sano juicio desearía que las cosas siguieran el curso que han tomado desde hace décadas; por ello, debemos embarcarnos hacia un nuevo rumbo. Las entrañables muestras de patriotismo y civilidad presenciadas en el Zócalo durante la ceremonia del Grito y el Desfile Militar, hacen patente que somos muchas personas las que creemos en este gran país y sus principales instituciones.
Los cambios se están avistando, somos más quienes apostamos por la paz, por nuestras tradiciones, por el ejemplo de nuestros héroes patrios. En México se ha conseguido constituir una raíz e identidad nacionales; hacía falta constituir un Estado —en su dimensión gubernamental— a la altura de las circunstancias.
Esto último es la 4T.