Los primeros 100 días de la presidencia de Carlos Salinas fueron de golpes policiales espectaculares (la Quina, Legorreta, entre otros).
Los de Ernesto Zedillo presentaron la devaluación más estrepitosa del siglo pasado. Los de Vicente Fox fueron de fiesta y regocijo por la hazaña del supuesto “cambio”.
En los suyos, Felipe Calderón, en busca de una legitimidad que jamás encontró, se lanzó imprudente y ocurrentemente a llevar a cabo una declaración de guerra contra los cárteles o los grupos de la delincuencia organizada en el país.
Así inició la espiral de inseguridad y violencia que aún padecemos.
En el regreso del “nuevo” tricolor a la Presidencia, sólo se observaron más de las mismas viejas prácticas de corrupción, amiguismo y entreguismo: los primeros 100 días de Peña Nieto estuvieron marcados por el impulso a las llamadas “reformas estructurales” neoliberales, con las consecuencias funestas que bien conocemos, como la brecha de desigualdad, exclusión y marginación.
La llegada de la Cuarta Transformación a la Presidencia estuvo marcada, de inicio, por el inédito ejercicio democrático y electoral, que llevó a un auténtico movimiento popular a tomar las riendas de la nación por la vía pacífica, los primeros cien días de la administración del presidente López Obrador tuvieron un enfoque muy particular en el desmonte de las últimas reformas neoliberales y en el inicio de un nuevo régimen de corte social y solidario.
Lo anterior es de suma importancia, pues se dice que en los primeros cien días ya se sabe de qué está hecho un Gobierno.
Este breve periodo, que marca el inicio de una nueva administración, tiene un carácter crucial por varias razones.
En primer término, se trata de un momento de máximo capital político. Justo después de asumir el cargo, la mandataria o el mandatario generalmente goza de sus niveles más altos de popularidad y apoyo público, lo que le permite impulsar iniciativas importantes con menor resistencia.
Además, es una coyuntura adecuada para el establecimiento de tono y prioridades, al ser el período en el que se marcan la dirección y el estilo de gobierno, y en el cual las primeras acciones y decisiones envían mensajes claros sobre la nueva administración.
También es una etapa en la que se conforma el equipo de trabajo; se designan las y los principales funcionarios y se establece la estructura operativa del gobierno, lo cual es fundamental para la implementación de políticas públicas.
También, en el caso concreto de nuestro país, es el momento para dar un impulso inicial a las reformas clave.
Finalmente, existe un incentivo relacionado con la rendición de cuentas horizontal o la evaluación pública, puesto que en los primeros cien días los medios y la ciudadanía prestan especial atención a este período como indicador del potencial de la nueva administración, convirtiéndose así en una primera evaluación informal del gobierno.
Esta tradición tuvo sus orígenes en la presidencia de Franklin D. Roosevelt, en Estados Unidos, quien en 1933 implementó una serie de medidas urgentes para enfrentar la Gran Depresión durante sus primeros 100 días.
Desde entonces, se convirtió en un estándar para evaluar el arranque de nuevos gobiernos en muchos países democráticos.
Por eso, si bien es de viejo acuño, la tradición de medir, evaluar y calificar los primeros cien días de un gobierno recién instalado sigue detentando una naturaleza simbólica boyante, como lo demostró el ejercicio democrático celebrado el fin de semana pasado en la Plaza Mayor de la capital mexicana, a propósito de la convocatoria de la presidenta Claudia Sheinbaum.
Asimismo, a juzgar por prácticamente todas las encuestas y sondeos que se han difundido en fechas recientes, los primeros cien días de gobierno de nuestra mandataria están hechos de congruencia, consistencia, apoyo popular y amplia aprobación ciudadana.
Si la candidata Claudia ofreció un Segundo Piso para la Cuarta Transformación, la presidenta Claudia, en cien días, levantó ya los cimientos constitucionales e institucionales para esa segunda etapa.
Si la candidata Claudia se comprometió a continuar y ampliar los programas sociales, la presidenta Claudia, en cien días, censó y entregó los primeros apoyos a las y los nuevos derechohabientes del estado de bienestar social mexicano.
Si la candidata Claudia presentó un plan de gobierno de cien puntos, la presidenta Claudia ya emprendió acciones en el 70 por ciento de ellos, y en el 30 por ciento restante ya se está trabajando.
Esto habla de congruencia, consistencia y seriedad. La mayoría de las familias y de las personas (entre siete y ocho de cada 10) consideran que está bien o muy bien su situación económica; que están bien o muy bien los programas sociales, y que el país gobernado por la doctora Claudia va en la ruta correcta.
Esto se llama confianza en el Gobierno, que es un bien público muy difícil de obtener en estos tiempos mundiales de incertidumbre y crispación.
Por supuesto que hay rubros por mejorar, como la seguridad, la salud y el combate a la corrupción; pero también en ellos se reconoce que se está avanzando, que no se han descuidado.
En conclusión, la gente está satisfecha con el gobierno de la presidenta Claudia, y si ella tuviera en este momento que refrendar su mandato en las urnas, obtendría más votos que aquellos con los ganó en junio del año pasado. Así de bien va.
Sólo a quienes no les gusta la Transformación o que han resultado afectados por ella piensan que el país va mal o que está siendo destruido por las reformas constitucionales e institucionales que impulsa el nuevo gobierno. Pero también para esas personas se gobierna y se gobierna bien, como lo demuestra la libertad absoluta de expresión y manifestación que han tenido y seguirán teniendo para expresar sus sentimientos, pensamientos y hasta resentimientos.
Si tuviéramos que resumir en una expresión lo avanzado en estos primeros cien días de gobierno, la frase sería: vamos muy bien y estaremos mejor.
Sólo no hay que bajar la guardia ni el ánimo para los siguientes tramos del camino, que estarán marcados por un suceso superviniente: la segunda presidencia de Donald Trump, en el que la relación, lo reiteró la presidenta Claudia ante un Zócalo desbordado de pasión nacionalista, será de coordinación y colaboración, pero nunca de subordinación o sumisión.
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