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En las nubes…

Carlos Ravelo Galindo,  afirma: Esta madrugada dejó de existir un gran periodista, mejor escritor, excelso poeta, padre de familia y amigo ejemplar.

Sí el doctor Octavio Raziel García Abrego.

Queremos resumir, algo de su  tránsito por esta vida. Lo hacemos,  quien lo conoció y abrevó de su conocimiento. Hoy entristecido.

El trabajo que nos presenta todos  los días don Octavio contiene no solamente cultura, sabiduría y conocimiento. Sino, sobre todo, alegría y burla de lo cotidiano. Amén de breve, cada capítulo. Comenzamos a dar lectura por obligación. Seguimos con interés y la concluimos con la sensación, no obstante sus muchas  letras y fácil prosa, que fue muy corto.

Vaya, escribe su propia definición de felicidad. Contagiosa. Tiene esa virtud de atraer la atención. Lo mismo cuando es un párrafo de tres líneas.

O cuando explica la razón de haber utilizado tal gerundio. No deja uno de sopesar el ingenio y el genio de quien se burla de la vida, en que todos, ricos y pobres, estamos, casi, en un mismo nivel: como seres humanos.

Se ríe del blanco, del obscuro. O del alto o el chaparro. Del sano o del enfermo. Del creyente o ateo. Pero tiene fe en sí mismo. Y, estamos seguros, de que no necesita que los demás crean en él. Utiliza un mismo rasero al describirlos. Inclusive, él mismo es  blanco de sus chascarrillos, pero con ironía, para  reír:

No pudo recibir un título, por costoso.

Y presenta una foto suya en donde, la plaza de Santo Domingo, le asean los zapatos. Y un texto: “En espera de mi título”.

En cada uno de sus escritos tiende a contemporizar. Y no pierde oportunidad de la broma, sarcástica si es contra el poderoso o piadosa por el enfermo, para no mencionar pueblo.

Estamos ciertos de que en Octavio, autor de muchos libros, el principio de la sabiduría no es el silencio. La sorpresa, a cada paso, envuelve al lector. Pero la despeja con claridad meridiana. Es una sensación de descanso, no de fatiga, poder leerlo.

Dice poco, pero habla mucho. Y, quienes somos devotos de la sencillez en el idioma, sobre todo el  nuestro, lo disfrutamos.

Alberto, como también sutilmente le da autoría, es un clásico de lo simple. Es inocente, como el “compadre”, cuando proclama. Pero franco, sincero, natural en sus expresiones, que hasta los muy intelectuales pueden descifrar. Vaya, entender.  No se diga la gente común y corriente, que lo disfruta con entusiasmo.

Este resumen que con  humildad hacemos al amigo, no es novela. Ni mucho menos. Es la compilación de sus quehaceres como escritor y periodista, rescatados de casi un millar de ellos.

Lo mismo cuando se refiere a un caso conocido. O a la invención de un suceso.

No es exceso de pasado. Ni mucho menos premisa del futuro. Vive en el presente.

Eso, creemos, estamos seguros por su prosa, significa  estar en paz. Como acaba de logarla  por siempre. Y siempre acompañado por Anita, du esposa y sus hijos, a quienes pondera siempre.

En su redacción, tiene un colorido lenguaje. Hace gala de retórica. Y a su edad, más de 70 y menos de 80 años, ha desarrollado un ingenioso humor pícaro.

Por ejemplo, advierte que si su padre nació en Oaxaca y su progenitora, en Coahuila, él lo hizo en el centro. Sí, en la Ciudad de México. En un equilibrio de fuerzas. Fue el 8 de abril de 1942. 

Octavio Raziel García Abrego, su nombre completo tiene  libros publicados y otros por publicar.

Periodista de siempre ha recibido premios a su esfuerzo intelectual. Los presume a su esposa y tres hijos, con quien disfruta la vida en Chiconcuac, Morelos, oasis, por sus aguas que fluyen, a escasos kilómetros de la ciudad de la eterna primavera.

Para que agregar más a un trabajo que no necesita “echarle más crema a sus tacos”, diría Octavio en son de pulla. Y tiene razón.

Ya está allá EN LAS NUBES

P.D. No tengo duda de ello. Carlos Fernando Ravelo y Galindo, muy entristecido.

craveloygalindo@gmail.com